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La Antártida, destino del ‘turismo de última oportunidad’

Para saciar la sed de novedades de una clientela adinerada, cruceros se aventuran en rincones cada vez más remotos y vírgenes Pierre-Henry Deshayes Ni palmeras ni arena fina. Ante unos desconcertados pingüinos, cuerpos casi desnudos se zambullen en las gélidas aguas de la Antártida, un confín hasta hace poco reservado a la investigación científica y … Leer más

Para saciar la sed de novedades de una clientela adinerada, cruceros se aventuran en rincones cada vez más remotos y vírgenes

Pierre-Henry Deshayes

Ni palmeras ni arena fina. Ante unos desconcertados pingüinos, cuerpos casi desnudos se zambullen en las gélidas aguas de la Antártida, un confín hasta hace poco reservado a la investigación científica y al que ahora llegan turistas, con el riesgo de precipitar su metamorfosis.

“Se siente como si te clavaran cuchillos. Estuvo muy bien”, dice, aún entumecido, Even Carlsen al salir del agua a apenas 3° C en la isla Media Luna, en la punta de la Península Antártica. 

Alrededor, enormes bloques de hielo dignos de un paisaje de ciencia ficción flotan en un mar de aceite. En la orilla, un equipo médico vigila a los bañistas. 

Para saciar la sed de novedades de una clientela adinerada y seducida por la idea de conocer lugares amenazados por el cambio climático, el llamado turismo “de última oportunidad”, los cruceros se aventuran en rincones cada vez más remotos y vírgenes.  El continente de todos los superlativos –el más frío, el más ventoso, el más seco, el más remoto, el más desierto, el más inhóspito–, la Antártida, tan estéril como llena de vida, es hoy uno de esos destinos. 

Para muchos es la última frontera. Una frontera que debe alcanzarse a toda costa antes de que desaparezca tal como es ahora.

“No es una playa típica, pero es genial”, agrega Carlsen, un barbudo noruego de 58 años de edad, después de su “zambullida polar” en el paralelo 62 sur.  

Foto: AFP

Él es uno de los 430 pasajeros del Roald Amundsen, el primer buque de propulsión híbrida del mundo, que navegó hasta el océano Antártico apenas unos meses después de salir de los astilleros en Noruega. 

Golpe de calor  

Aunque el Tratado Antártico firmado hace 60 años consagró a este continente a la paz y la investigación científica, el turismo también se ha ido desarrollando allí, especialmente en los últimos años. 

Única actividad económica junto con la pesca –que es objeto de una pulseada internacional en torno a la creación de santuarios marinos–, el turismo se concentra sobre todo en la península, con un acceso más fácil y un clima más templado que el resto del territorio. 

En esta lengua de tierra que se escapa del Círculo Polar en dirección de América del Sur, se puede observar una fauna que generalmente solo se ve en zoológicos o películas de animación. También impresionantes paisajes de hielo donde el blanco se torna en colores pastel cuando despunta el alba y cae el crepúsculo. Colinas cruzadas por surcos se asemejan a merengues gigantes, cimas ondeando como crema chantilly. 

“Pureza, grandeza, desmesura”, se maravilla Hélène Brunet, una jubilada francesa de 63 años de edad. “Es increíble, totalmente increíble, es un placer estar aquí”.

No hay basura a la vista. Pero tras esta limpidez asoman los estigmas de la actividad humana. 

Arrastrados por las corrientes oceánicas, los microplásticos están en todas partes. “Los hemos detectado en huevos de pingüino”, confirma el director del Instituto Antártico Chileno, Marcelo Leppe. 

La Antártida es también, y sobre todo, “el corazón de la Tierra”, explica. “Juega un papel importante en el control del cambio climático”. 

Pero el órgano vital es víctima de un golpe de calor. En particular la península, una de las regiones que se calienta más rápido, casi 3° C en los últimos 50 años, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), tres veces más rápido que el promedio mundial. 

En marzo de 2015, una estación de investigación argentina llegó a registrar 17.5° C, algo nunca visto. 

“Cada año, podemos ver y registrar el derretimiento de los glaciares, la desaparición del hielo marino, y en las zonas que se quedan sin hielo, la recolonización de plantas y otros organismos que no estaban presentes antes en la Antártida”, describe Leppe. 

El equivalente de un estadio 

Se estima que unas 78 mil 500 personas visitarán el continente antártico entre noviembre y marzo, de acuerdo con la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO, por sus siglas en inglés). 

LRR

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