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Emojis: un lenguaje emocional que contrapone puntos de vista

Los emoticones se han vuelto imprescindibles durante la segunda  década del siglo XXI, que ha estado marcada por las redes sociales Jorge Carrión / The New York Times Los emoticones y su evolución, los emojis, representan el mundo tal y como lo entendemos en 2020. Diversos en los colores de piel y en las formas … Leer más

Los emoticones se han vuelto imprescindibles durante la segunda  década del siglo XXI, que ha estado marcada por las redes sociales

Jorge Carrión / The New York Times

Los emoticones y su evolución, los emojis, representan el mundo tal y como lo entendemos en 2020. Diversos en los colores de piel y en las formas del amor y de la familia; humano, vegetal, animal y algorítmico; más iconográfico que alfabético; viral y, sobre todo, emocional. Un mundo con conversaciones cada vez más intergeneracionales y globales que ha encontrado en ese idioma visual su propia lengua franca.

Aunque tengan más de veinte años de historia, los emojis se han vuelto imprescindibles durante la segunda década del siglo XXI, que ha estado marcada por las redes sociales y los teléfonos inteligentes en general. Ese vocabulario transversal de caritas y símbolos, ese traductor intuitivo de los estados de ánimo, ese generador simpático de notificaciones se ha convertido en la semántica y la gramática más extendidas de nuestra época.

La razón última de su gigantesca popularidad es que los emoticones se encuentran en la exacta intersección entre el capitalismo emocional y el capitalismo de plataformas. Como dice Eva Illouz en ‘Intimidades congeladas’, el primero es “una cultura en la que las prácticas y los discursos emocionales y económicos se configuran mutuamente”, de modo que la vida emocional “sigue la lógica del intercambio y las relaciones económicas”.

Nick Srnicek, por su lado, argumenta en ‘Capitalismo de plataformas’ que se trata de un nuevo y muy rentable sistema de extracción de datos, basado en la entrega constante de información sobre nuestros gustos, consumos, relaciones personales y sentimientos.

Desde el punto de vista de los valores clásicos, los emoticones suponen un retroceso, porque boicotean el aprendizaje de la ortografía o la formulación de párrafos con oraciones subordinadas. Desde la perspectiva de la viralidad, en cambio, se trata del grado cero de las neolenguas de nuestra época, una forma de expresión democrática y un importante puente entre personas de diferentes procedencias sociales, culturales y generacionales. Una inesperada versión icónica del esperanto.

Los emojis son fugaces como una carcajada y virales como memes que se pueden repetir hasta el infinito.

Los emojis son fugaces como una carcajada o un sonrojo. Virales como memes que se pueden repetir hasta el infinito. Y, por acumulación, constituyen conversaciones que se parecen a cardiogramas, por su reproducción de los entusiasmos y los enfados del día a día.

Nuestra vida está llena de urgencias y, por tanto, de abreviaturas. Vivimos inmersos en una ‘cultura snack’, por usar la formulación que el ensayista argentino Carlos A. Scolari ha convertido en el título y el concepto central de su último libro. Por eso nos hemos acostumbrado a condensar las propuestas y respuestas emocionales y sentimentales, a comprimirlas en forma de una ráfaga de emojis, en vez desarrollarlas en largos mensajes de audio o de texto.

Los emoticones no están solos en esa voluntad de comprimir la información que articula nuestras existencias. Forman parte de un sistema de símbolos que se han convertido en nuestras monedas de uso más corriente. En su familia expandida están el bocadillo de cómic que quiere decir conversación, los likes de Facebook o Instagram, el sobre que significa mensaje, la papelera en miniatura que todos tenemos en nuestro correo electrónico y en la pantalla de nuestro ordenador, el doble ‘check’ de leído en los mensajes de Whatsapp o los ‘stickers’. Una constelación simbólica de notificaciones, herramientas y mensajes que son el abecé de nuestra relación con el mundo.

Mis hijos, que todavía no saben escribir, le envían emoticones a sus abuelos. Mi madre se ha aficionado a este: 🐣. Cuando la ley y el virus lo permiten, les trae sus platos favoritos. En estos tiempos tan difíciles hay que decir más te quiero. Que cada cual lo haga como prefiera. Con palabras, con regalos, cocinando, con gestos, con canciones, con flores, con fotos, con vídeos o con ❤️.

Pero no seamos ingenuos. Al mismo tiempo que aprendemos a expresar nuestras emociones como no supieron hacerlo nuestros padres o abuelos, lo hacemos según los códigos que más le interesan a las plataformas que deciden las líneas mayores de la economía internacional. Si queremos entender las reglas de esa nueva realidad, la del capitalismo emocional, debemos preguntarnos las razones posibles de por qué expresamos la amistad, el cariño o el amor del modo en que lo hacemos. Solo el conocimiento y la crítica nos dan un cierto margen de libertad.

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