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‘Una mala reputación’: por qué fallaron las encuestas políticas. De nuevo

Por segunda elección presidencial consecutiva, la industria encuestadora falló. El error no fue tan descarado como en 2016, cuando las encuestas sugirieron que Trump iba a perder, ni tampoco fue tan grande como parecía que podría ser la noche de las elecciones David Leonhardt Los últimos cuatro meses de su campaña de reelección en Maine, … Leer más

Por segunda elección presidencial consecutiva, la industria encuestadora falló. El error no fue tan descarado como en 2016, cuando las encuestas sugirieron que Trump iba a perder, ni tampoco fue tan grande como parecía que podría ser la noche de las elecciones

David Leonhardt

Los últimos cuatro meses de su campaña de reelección en Maine, la senadora Susan Collins no lideró ni una sola de las encuestas que se publicaron. Sin embargo, Collins, una republicana, ganó las elecciones con comodidad.

El senador Thom Tillis, republicano de Carolina del Norte, estuvo en segundo lugar en casi todas las encuestas que se realizaron en su contienda. También ganó.

Y casi todas las encuestas subestimaron la fortaleza del presidente Donald Trump, en Iowa, Florida, Míchigan, Texas, Wisconsin y otras partes. En vez de obtener un triunfo aplastante, como lo sugerían las encuestas, Joe Biden derrotó a Trump por menos de dos puntos porcentuales en los estados que decidieron la elección.

Por segunda elección presidencial consecutiva, la industria encuestadora falló.

El error no fue tan descarado como en 2016, cuando las encuestas sugirieron que Trump iba a perder, ni tampoco fue tan grande como parecía que podría ser la noche de las elecciones. Una vez que se cuenten todos los votos, las encuestas habrán tenido razón al señalar al ganador de la campaña presidencial en 48 estados —todos menos Florida y Carolina del Norte— y al decir que Biden iba a ser el ganador.

Sin embargo, los problemas de este año siguen siendo alarmantes, tanto para la gente de la industria como para los millones de estadounidenses que siguieron las encuestas presidenciales.

Los errores son especialmente problemáticos porque las encuestadoras pasaron buena parte de los últimos cuatro años intentando arreglar el problema central de 2016 —la subestimación del voto republicano en varios estados— y fracasaron.

“Este fue un mal año para las encuestas”, opinó David Shor, científico de datos que asesora campañas demócratas. Douglas Rivers, el científico jefe de YouGov, una encuestadora global, mencionó: “Es evidente que tendremos una mala reputación por esto”.

Hubo problemas en las encuestas públicas que ven los votantes y en las encuestas privadas que usan las campañas.

Como respuesta, las encuestadoras están preguntando si deben acelerar el giro hacia nuevos métodos de investigación, como encuestar a gente mediante mensajes de texto. Además, las organizaciones mediáticas, entre ellas The New York Times, que promueven encuestas y las respaldan económicamente, están revaluando cómo representar las encuestas en coberturas futuras.

Las encuestas engañosas de este año tuvieron efectos reales para ambos partidos políticos. La campaña de Trump dejó de hacer campaña en Míchigan y Wisconsin, por lo que redujo las visitas y la publicidad, y perdió ambos estados por un margen estrecho. En Arizona, un estratega republicano que trabajó en la campaña de reelección de la senadora Martha McSally mencionó que el hecho de que las encuestas públicas la mostraran tan detrás “tal vez nos costó entre 4 y 5 millones de dólares” en donaciones. McSally perdió ante Mark Kelly por menos de tres puntos porcentuales.

“Las encuestas a nivel de distrito casi nunca nos han desviado tanto del camino, ni a las partes y los grupos que invierten en las contiendas por la Cámara de Representantes”, escribió la semana pasada David Wasserman de Cook Political Report, una publicación apartidista que analiza las contiendas.

La explicación completa sobre los errores no se sabrá sino hasta dentro de varios meses, cuando se determinen los resultados de las elecciones, las encuestadoras divulguen los datos detallados de las encuestas y también se den a conocer los archivos públicos de los votantes.

Sin embargo, los hechos disponibles ya apuntan a algunas posibles conclusiones:

— Una disposición decreciente de la gente a responder encuestas —gracias en parte al identificador de llamadas— ha reducido la respuesta promedio a tan solo un seis por ciento en años recientes, de acuerdo con el Centro de Investigaciones Pew, en comparación con una cifra superior al 50 por ciento en muchas encuestas durante la década de 1980. En el nivel actual, las encuestadoras no pueden construir una muestra de encuestados que se asemeje a la población.

— Algunos tipos de votantes parecen menos dispuestos a responder encuestas que otros, tal vez porque confían menos en las instituciones, y esos votantes parecen mostrar una tendencia republicana.

— La industria de las encuestas intentó arreglar este problema después de 2016, al garantizar que las muestras de las encuestas incluyeran suficientes votantes blancos de clase trabajadora en 2020. Sin embargo, esto no basta si las tasas de respuestas también varían dentro de los grupos: por ejemplo, si los votantes blancos o hispanos de clase trabajadora que respondieron encuestas tienen un perfil político diferente al de aquellos que no respondieron.

— Las encuestas de este año tal vez hayan sufrido problemas relacionados con la pandemia que no se repetirán en el futuro, entre ellos, un declive potencial en la participación de votantes demócratas que temieron contraer el coronavirus en un centro electoral.

— Una teoría muy publicitada de que los simpatizantes de Trump les mienten a las encuestadoras parece estar equivocada o ser insignificante. Las encuestas no subestimaron más su apoyo en áreas liberales, donde apoyar a Trump puede ser menos aceptable en términos sociales, que en zonas conservadoras.

— El patrón quizá más complejo es que las encuestas subestimaron el apoyo a varios candidatos republicanos al Senado, incluso más que a Trump. Esto quiere decir que las encuestas no contaron a una cantidad desproporcionada de estadounidenses que votaron por Biden y un candidato republicano al Senado, y que los problemas no solo tienen que ver con la base de Trump.

Los defensores de la industria encuestadora señalan que el error final a nivel nacional tal vez no haya sido muy distinto del promedio histórico… y que las encuestas nunca pueden ser perfectas.

Aun así, hay razones para estar preocupados: ahora parece que las encuestas sufren problemas sistémicos, y esto crea una imagen engañosa sobre la política del país.

La política se ha vuelto un espectáculo de alto riesgo al mismo tiempo que se ha debilitado la capacidad del país para comprenderlo.

<b>La historia como un avance preliminar</b>

Las encuestadoras han tenido problemas con algunos de los mismos desafíos desde la creación de la industria.

Una de las primeras encuestas en recibir atención generalizada llegó de la revista The Literary Digest, y fue publicada días antes de las elecciones presidenciales de 1916. La revista les pidió a los lectores de 3000 comunidades que enviaran boletas de muestra por correo y luego informó que el presidente Woodrow Wilson tenía una mayor ventaja que su oponente republicano, Charles Evans Hughes.

Wilson ganó las elecciones, y la encuesta de The Literary Digest se volvió un fenómeno nacional.

Aunque la muestra de The Literary Digest de 2,4 millones de encuestados era enorme, no era representativa. En 1936, una encuestadora menos prominente, George Gallup, sondeó a muchas menos personas —unas 50.000—, pero tuvo cuidado de garantizar que coincidieran con la mezcla demográfica del país. Gallup estuvo en lo correcto al predecir que Roosevelt ganaría.

Los métodos de Gallup le dieron forma a la industria. Normalmente, una encuesta sondea a cientos o unos pocos miles de personas y luego extrapola sus respuestas para representar a la población más general. Si una encuesta no puede realizarse con suficiente gente de cierto grupo demográfico —por decir, católicos blancos u hombres negros de la tercera edad—, les da un mayor peso a los miembros que sí encuesta del grupo.

No obstante, los métodos de Gallup no eran perfectos, por algunas de las mismas razones que las encuestas han enfrentado problemas a últimas fechas. Dentro de algunos grupos demográficos, resultó que Gallup entrevistó a más votantes republicanos que demócratas, y sobreestimó la porción del voto republicano en 1936, 1940 y 1944.

En 1948, se acabó la suerte de las encuestadoras. Siguieron sobreestimando los votos republicanos e informaron que el presidente Harry Truman iba detrás de su oponente, Thomas Dewey. Esta vez, las encuestas predijeron al ganador equivocado, y contribuyeron al que tal vez se considera el error más famoso del periodismo moderno, el encabezado del Chicago Tribune “Dewey derrota a Truman”.

Ese error produjo otra renovación de las encuestas. Las encuestas presidenciales en las décadas de 1950 y 1960 se equivocaron por unos cuatro puntos porcentuales en promedio, similar al error de este año, de acuerdo con el sitio web FiveThirtyEight.

“Hacer encuestas siempre ha sido difícil”, comentó Nate Silver, el editor en jefe de FiveThirtyEight.

No obstante, en esos años, las encuestas siguieron con una tendencia a señalar correctamente al ganador de la contienda presidencial, en parte porque los estadounidenses estaban muy dispuestos a responderlas.

“Hace décadas, a la mayoría de las personas les daba gusto abrirle la puerta o responderle el teléfono a un extraño, pero esos días ya quedaron muy atrás”, opinó Courtney Kennedy, directora de investigación de sondeos en el Centro de Investigaciones Pew.

Una conmoción en 2016

Algunos grupos, como los graduados de la universidad y la gente activa en la política, estaban más dispuestos a contestar encuestas. Sin embargo, las diferencias no afectaban a nivel partidista. Había cantidades similares de votantes demócratas y republicanos que se rehusaban a responder preguntas, por eso las encuestas eran precisas.

Entonces, llegó la elección de 2016.

Casi todas las encuestas mostraban que Hillary Clinton superaba a Trump en Míchigan, Pensilvania y Wisconsin. No obstante, perdió en los tres por poco, gracias a lo cual Trump obtuvo una victoria impresionante.

Posteriormente, las encuestadoras analizaron a fondo sus datos. A inicios de 2017, el principal grupo de la industria, la Asociación Americana de Investigación de Opinión Pública (AAPOR, por su sigla en inglés), divulgó sus conclusiones.

Un factor, en gran medida, no tenía solución: los votantes que se decidieron al final se decantaron de manera considerable en favor de Trump.

Un segundo factor fue más condenatorio para las encuestadoras. Muchas no se aseguraron de que sus muestras incluyeran a gente sin títulos universitarios, en especial entre los votantes blancos.

Tal vez lo más importante fue que la asociación encuestadora arguyó que la experiencia de 2016 no sugería un problema sistemático.

En un inicio, las elecciones intermedias del año siguiente, 2018, parecieron apoyar esta conclusión. Las encuestas sugirieron que los demócratas iban a llevarse una victoria contundente en la Cámara de Representantes, mientras que los republicanos iban a mantener el Senado.

Sin embargo, los detalles subyacentes daban algunas razones para preocuparse. Aunque las encuestas en algunos estados liberales, como California y Massachusetts, habían subestimado la cantidad de votos demócratas, las encuestas en varios estados pendulares y estados conservadores, entre ellos Florida, Georgia, Míchigan y Pensilvania, de nuevo subestimaron la cantidad de votos republicanos.

El error con los votantes republicanos

Para las últimas semanas en la campaña de este año, las encuestas parecían contar una historia clara: Biden había aventajado a Trump por un margen significativo en toda la contienda. Una combinación del coronavirus, la reacción de Trump frente a la brutalidad policiaca y su comportamiento errático en el primer debate le habían dejado a Biden la victoria presidencial más dispareja desde la de Ronald Reagan en 1984.

Eso no ocurrió, claro está.

¿Qué salió mal? Una posibilidad es que la pandemia haya producido una caída inesperada en los votos demócratas durante el día de las elecciones. Otra es que los votantes demócratas, energizados con la presidencia de Trump y aburridos durante la pandemia, renovaron sus energías para responder encuestas.

No obstante, la explicación más probable sigue siendo la poca disposición de algunos votantes republicanos a responder encuestas. Este problema tal vez se haya vuelto más agudo durante la presidencia de Trump, porque a menudo les decía a sus simpatizantes que no confiaran en los medios.

B. J. Martino, un socio de Tarrance Group, empresa que trabaja para los republicanos, comentó: “Si hay un problema subyacente, para empezar es que no se logró el contacto telefónico con esa gente”.

Esos votantes no están considerados en ningún grupo demográfico, por eso en parte son tan difíciles de contactar. En cambio, parecen ser un grupo distintivo de votantes dentro de algunos grupos.

Aunque las encuestadoras crearan muestras con la mezcla correcta de grupos, tal vez no podrían reflejar el estado de ánimo del electorado. Según Shor, esos factores “ya no son suficientes para predecir el partidismo”.

El problema de las encuestas para los medios

Meses antes de las elecciones, la agrupación de la industria encuestadora, AAPOR, había anunciado que iba a llevar a cabo un análisis “post mortem” para 2020. Es probable que este análisis —y otros más— le den forma a la medida específica que tomarán las encuestadoras.

Una opción es crear nuevas preguntas de selección sobre la confianza de los encuestados en otras personas y las principales instituciones, y luego darles más peso a los encuestados menos crédulos. En años recientes, el Centro de Investigaciones Pew ha realizado preguntas para determinar si la gente ha invertido tiempo en voluntariados, como una medida de confianza.

Otra es expandir el uso de los mensajes de texto y otras comunicaciones no verbales, como mensajes de Facebook, para sondear a la gente. “Veremos más diversidad en las metodologías de sondeo”, comentó Kevin Collins, cofundador de Survey160, empresa que reúne datos por medio de mensajes de texto.

Otro conjunto de cambios podría incluir el modo en que los medios presentan las encuestas y si las publicaciones gastarán la misma cantidad de dinero en eso en el futuro. Entre otras preguntas, los editores están buscando la mejor manera de expresar la incertidumbre inherente de las encuestas.

Casi nadie cree que las encuestas vayan a desaparecer. Son demasiado importantes en una democracia, opinó Collins, de Survey160. Guían las estrategias de campaña y las decisiones de los políticos en torno a sus políticas. Además, no hay un solo método alternativo de análisis electoral que tenga una trayectoria tan buena como la imperfecta que tienen las encuestas.

Algunas personas creen que la única solución a corto plazo es que las encuestadoras y los medios enfaticen —y que los estadounidenses reconozcan— que las encuestas pueden ser engañosas.

Por lo menos, las encuestas de los últimos cuatro años les hicieron ver a los estadounidenses que no deben aceptarlas al pie de la letra.

“La narrativa en torno a las encuestas debe cambiar”, mencionó Cornell Belcher, un encuestador demócrata, “porque crea desinformación y destina a las encuestas al fracaso”.

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