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Trump tuitea y juega golf, pero no habla de los fallecidos

Al día de hoy, el coronavirus podría compararse con un fenómeno capaz de arrasar con una ciudad estadounidense mediana Annie Karni y Chris Cameron Cuando el convoy del presidente Donald Trump arribó a su club de golf en Virginia una nublada mañana de domingo, un pequeño grupo de manifestantes esperaba en la entrada. Uno de … Leer más

Al día de hoy, el coronavirus podría compararse con un fenómeno capaz de arrasar con una ciudad estadounidense mediana

Annie Karni y Chris Cameron

Cuando el convoy del presidente Donald Trump arribó a su club de golf en Virginia una nublada mañana de domingo, un pequeño grupo de manifestantes esperaba en la entrada. Uno de ellos sostenía en alto una pancarta que decía: “I care do U? 100,000 dead” (A mí me importa, ¿y a usted? 100,000 muertos).

Aunque Trump y sus asesores han dicho que sí le importa, no se esforzó mucho en demostrarlo este fin de semana que Estados Unidos celebra el Día de los Caídos. Dio órdenes de izar las banderas a media asta en la Casa Blanca solo después de recibir varias críticas y, fuera de ese gesto, no le preocupó ninguna otra expresión pública, con todo y que el número de víctimas mortales de la pandemia del coronavirus rondaba la impresionante cifra de 100,000.

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Justo cuando el país estaba a punto de alcanzar cifras de seis dígitos de muertos, el presidente que criticó en repetidas ocasiones a su predecesor por haber ido a jugar golf en plena crisis pasó el fin de semana en el campo de golf por primera vez desde marzo. El tiempo que no pasó desplazándose a toda velocidad en su carrito de golf, se dedicó a visitar las redes sociales, donde difundió teorías conspirativas extraoficiales, amplificó mensajes de una cuenta racista y sexista de Twitter y les lanzó insultos infantiles a supuestos enemigos, incluido su antiguo fiscal general.

Esta cifra de muertos era un número que, según Trump, nunca se alcanzaría. A finales de febrero dijo que solo había quince casos de coronavirus en Estados Unidos, una cifra menor a la real, y declaró que “esos quince, en unos cuantos días, bajarán a casi cero”. Será difícil encontrar en los anales de la historia de la presidencia estadounidense una predicción que haya estado errada por un margen más catastrófico. Incluso después de reconocer más tarde que no bajaría a cero, insistió en que el número de víctimas se ubicaría “sustancialmente por debajo de los 100,000”.

Al día de hoy, el coronavirus ha infectado a 1.6 millones de personas y cobrado tantas vidas que podría compararse con un fenómeno capaz de arrasar con una ciudad estadounidense mediana (como Boca Ratón, Florida, por ejemplo) y sencillamente borrarla de la faz de la tierra. Esta cifra está a punto de alcanzar las 100.000 muertes ocasionadas en Estados Unidos por la pandemia de 1968 y se aproxima al saldo del brote de 1957-1958, de 116,000 muertos. A este ritmo, se convertirá en el desastre de salud pública más mortífero sufrido en el país desde la gran influenza de 1918-1920. Lo peor es que no es el único problema de la nación, que también enfrenta el desplome económico más grave desde la Gran Depresión.

Trump, que ha sido objeto de duras críticas por su aletargada respuesta a la pandemia y las ineficaces medidas aplicadas en un principio, se concentró el domingo en los avances más recientes, pues prefiere ver al futuro y dejar atrás el pasado. “¡En todo el país, los casos, números y muertes van a la baja!”, exclamó en Twitter.

Ni siquiera esa afirmación es totalmente cierta. Si bien el número total de casos nuevos en todo el país ha comenzado a caer, las hospitalizaciones fuera de Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut han experimentado una ligera alza en días recientes, como señaló el mismo excomisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Trump, Scott Gottlieb.

Si observamos las estadísticas generales, los casos van en descenso en catorce estados y en Washington D. C., pero se mantienen estables en veintiocho estados y en Guam, mientras que van en ascenso en ocho estados y en Puerto Rico, según una base de datos de The New York Times. La Asociación Estadounidense de Salud Pública afirmó que el parteaguas de 100.000 víctimas marca el momento de redoblar esfuerzos para reducir el virus, no de suspenderlos.

“Se trata de una tragedia y también de una llamada a la acción”, indicó en un comunicado. “Las tasas de infección van hacia abajo en general en Estados Unidos, pero con 1,6 millones de casos en el país en los últimos cuatro meses, no esperamos que el brote acabe pronto. A diario aparecen nuevos focos de infección y las tasas permanecen estables por lo menos en veinticinco estados”.

E incluso ese total sombrío apenas es la punta del iceberg del dolor y el sufrimiento que invaden al país, azotado por la peor crisis de salud pública y, al mismo tiempo, por la peor crisis económica en décadas.

“Es un parteaguas que nos invita a reflexionar sobre el hecho de que incluso quienes no murieron sí enfermaron, a pensar en los sacrificios que han hecho las personas para quedarse en casa, en los sacrificios de los trabajadores de la salud que no deberían haber tenido que sacrificarse”, señaló Tom Frieden, exdirector de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. “Sobre todo, debería hacernos conscientes de la gravedad de la situación. Son 100.000, pero todo parece indicar que estamos todavía al principio de la pandemia”.

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El presidente cree que ahora debe ponerse énfasis en la recuperación y no en la tragedia, así que ha urgido al país a reabrir la maltrecha economía para volver a alguna forma de vida pública. Aunque viajará a Baltimore el lunes para conmemorar el Día de los Caídos y rendirles tributo a los soldados que perdieron la vida (y quizá a las víctimas del virus), su decisión de jugar golf dos días seguidos dio una señal muy distinta, pues les da a entender a los ciudadanos que está bien salir de casa, ir al campo de golf, ir a la iglesia, retozar en la playa y regresar a trabajar.

Su enfoque con respecto al número de muertos es clínico, hace pronósticos que la realidad supera con gran rapidez, y luego declara que la nueva realidad es mejor que lo que podría haber ocurrido. De hecho, plantea la nefasta noción política de que será un triunfo que el conteo final se ubique por debajo de los 2,2 millones de muertos que, según la predicción más extrema, habría ocasionado la pandemia si el país no hubiera tomado ninguna medida en respuesta.

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