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El desdén de Jair Bolsonaro ante ‘una pequeña gripe’

Foto: NYT. El desdén de Jair Bolsonaro ante ‘una pequeña gripe’
Foto: NYT. El desdén de Jair Bolsonaro ante ‘una pequeña gripe’

Al contrario de las recomendaciones de los expertos brasileños, el mandatario ha adoptado una posición escéptica ante la ola de contagios por coronavirus en su nación Ernesto Londoño, Manuela Andreoni, Leticia Casado y Azam Ahmed La mayoría de los líderes de América Latina reaccionaron con rapidez y rigurosidad a la llegada de coronavirus en esta … Leer más

Al contrario de las recomendaciones de los expertos brasileños, el mandatario ha adoptado una posición escéptica ante la ola de contagios por coronavirus en su nación

Ernesto Londoño, Manuela Andreoni, Leticia Casado y Azam Ahmed

La mayoría de los líderes de América Latina reaccionaron con rapidez y rigurosidad a la llegada de coronavirus en esta región: cerraron las fronteras. Se interrumpieron los vuelos. Soldados patrullaron las calles desiertas para hacer cumplir las cuarentenas y los profesionales de la salud construyeron hospitales de campaña con la finalidad de prepararse para la avalancha de pacientes.

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Sin embargo, los presidentes de Brasil y México, Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador respectivamente, –quienes están a cargo de más de la mitad de la población de América Latina– han mantenido una actitud displicente. Se han burlado de los llamados a cerrar negocios y a limitar considerablemente el transporte público. Asimismo, han expresado que este tipo de medidas son mucho más dañinas para el bienestar de las personas que el propio virus.

En una zona con altos índices de pobreza, donde cientos de millones de personas viven en espacios reducidos, sin acceso a condiciones sanitarias adecuadas o atención médica, los expertos afirman que ese enfoque podría crear un caldo de cultivo ideal para el virus, con consecuencias devastadoras para la salud pública, la economía y el tejido social.

Esta es una fórmula para la implosión social de una región que ya se encontraba en estado de agitación”, afirmó Monica de Bolle, investigadora principal brasileña del Instituto Peterson para la Economía Internacional. “En una situación como esta, las cosas pueden derrumbarse bastante rápido si no hay confianza en el Gobierno y la gente se siente muy vulnerable”.

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López Obrador no ha dejado de caminar entre multitudes, ni de besar bebés. La semana pasada, tras descartar la restricción de viajes, el cierre de negocios y la aplicación de cuarentenas, sugirió que México no sufriría gracias a la intervención divina, mientras mostraba dos amuletos religiosos a los que llamó “mis guardaespaldas”.

No nos apaniquemos y, por favor, no dejen de salir”, dijo en un video publicado el pasado 22 de marzo por la noche. “Si pueden hacerlo y tienen posibilidad económica, pues sigan llevando a la familia a comer a los restaurantes, a las fondas, porque eso es fortalecer la economía familiar y popular”.

No fue hasta el 24 de marzo que su Gobierno cerró las escuelas, prohibió las concentraciones de más de 100 personas y le pidió a los mexicanos que se quedaran en casa. Para ese entonces, la administración de la Ciudad de México ya se había movilizado para clausurar gran parte de la vida pública.

No obstante, Bolsonaro, un líder de extrema derecha que tiene en la presidencia un poco más de un año, se ha mantenido desafiante y sigue desestimando el virus como una “pequeña gripe” que no justifica una “histeria”.

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En un discurso nacional realizado el 24 de marzo por la noche, el mandatario brasileño rechazó las medidas tomadas por algunos gobernadores y alcaldes; las calificó de tener un enfoque “de fin del mundo”. Bolsonaro, quien tiene 65 años de edad, afirmó que, si llegara a contagiarse, se recuperaría con facilidad debido a su “historial de deportista”.

Mientras hablaba, habitantes de todo el espectro político salieron a sus ventanas para realizar un ‘cacerolazo’, una práctica que se ha convertido en una protesta nocturna cotidiana contra la actitud arrogante de este presidente. Algunos gritaban: “¡Fuera, Bolsonaro!”.

Hasta el 25 de marzo por la mañana, Brasil tenía 2 mil 271 casos confirmados –un aumento de seis veces respecto a la semana pasada– y 47 fallecidos.

La mayoría de los líderes en América Latina habían considerado el nuevo virus como un problema lejano –uno con pocas probabilidades de causar estragos en la región durante el verano austral– hasta que se diagnosticó el primer caso en Brasil, a finales de febrero de este año. Desde entonces, el coronavirus se ha propagado rápidamente en la región. Brasil, Ecuador y Chile son los países con la mayor cantidad de casos diagnosticados.

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POSIBLE COLAPSO

A medida que la pandemia destruye la economía global y paraliza las cadenas de suministro en todo el mundo, América Latina es especialmente vulnerable a un colapso económico.

La región ya presentaba problemas para asimilar la diáspora de millones de venezolanos que huyeron de la crisis humanitaria y política de su país.

El año pasado, el crecimiento económico en América Latina y el Caribe fue de 0.1 por ciento, consecuencia de los bajos precios de las materias primas y una oleada de estallidos sociales que conmocionaron a Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia y Chile.

El impacto en la salud pública probablemente será devastador. Una gran parte de la población en América Latina vive en un tipo de enclaves urbanos, densamente poblados, en los que el virus parece propagarse con mayor facilidad. Alrededor de 490 millones de personas carecen de servicios sanitarios adecuados.

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Este fin de semana, se confirmaron los primeros casos de coronavirus en las favelas de Brasil. Los residentes, que sobreviven con salarios miserables y tienen que lidiar con la violencia desenfrenada, la falta de servicios sanitarios y el hacinamiento, se prepararon para una nueva serie de circunstancias aterradoras.

Daniela Santos, una empleada doméstica de 32 años que vive en la favela Vila Paciência, al oeste de Río de Janeiro, hace su mejor esfuerzo para refugiarse en la casa de una habitación que comparte con sus tres hijas y su nieta. Su temor al virus está agravado por una amenaza más cotidiana: no permitir que sus niñas pasen hambre.

La semana pasada, los jefes de Santos le comentaron que no fuera a trabajar más hasta nuevo aviso, sin ofrecerle continuar pagando su salario.

Cuando me quede sin comida, ¿qué voy a hacer?”, preguntó. “No tengo trabajo ni ahorros. No tengo nada. Estamos abandonadas”.

UNA ‘FANTASÍA’

Bolsonaro ha hablado con exasperación sobre el coronavirus desde enero y lo ha llamado una ‘fantasía’ que está siendo exagerada por los medios y sus rivales políticos para debilitar su Gobierno.

Incluso, después de que varios de sus principales colaboradores dieron positivo en coronavirus –luego de un viaje oficial a Florida, donde compartieron una cena con el presidente Donald Trump en Mar-a-Lago–, Bolsonaro aseguró que el ‘pánico’ colectivo era un riesgo mayor que el virus.

Mientras médicos expertos en su país y en el exterior promovían el distanciamiento social, sobre todo entre los más ancianos y otras personas vulnerables, el presidente solicitó a sus simpatizantes que realizaran mítines masivos el 15 de marzo. Saludó a varios grupos de personas en la parte exterior de su residencia en Brasilia, estrechó sus manos y se tomó selfis.

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Mientras la semana pasada sus contrapartes en Perú, El Salvador, Argentina, Chile y Venezuela tomaban medidas radicales para limitar la infección, Bolsonaro se enfrascó en una lucha con los gobernadores de Río de Janeiro y São Paulo, los dos estados más grandes del país, quienes habían tomado medidas unilaterales para limitar drásticamente el movimiento de la población.

La vida continúa”, dijo Bolsonaro el martes pasado. “No hay necesidad de ponernos histéricos”.

  • 2 mil 272 casos positivos de coronavirus tenía Brasil hasta el 25 de marzo.

AMIP.

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