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La capital de Venezuela está viviendo un auge. ¿Ya acabó la revolución?

Foto: AP
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Los centros comerciales ya no lucen vacíos y las mesas de los bares ahora están llenas de empresarios extranjeros y personas bien vestidas en Venezuela Anatoly Kurmanaev y Isayen Herrera Bailando con la música de un DJ y bebiendo cócteles en la terraza abierta de un bar junto a la montaña, un grupo de adolescentes … Leer más

Los centros comerciales ya no lucen vacíos y las mesas de los bares ahora están llenas de empresarios extranjeros y personas bien vestidas en Venezuela

Anatoly Kurmanaev y Isayen Herrera

Bailando con la música de un DJ y bebiendo cócteles en la terraza abierta de un bar junto a la montaña, un grupo de adolescentes de escuelas privadas que usaban zapatillas deportivas Prada y bolsos de Chanel miraban hacia las barriadas de Caracas, la capital de Venezuela, que se extiende por el valle.

En las zonas más pobres, ubicadas en las afueras de la ciudad, los residentes continúan luchando contra la escasez de agua y la desnutrición. Y más allá, en los campos, Venezuela se desmorona mientras los residentes carecen incluso de los servicios más básicos, como la electricidad y la presencia de los cuerpos policiales.

Pero, en los últimos meses, los vecindarios más ricos de la capital han experimentado un sorprendente auge económico.

Los centros comerciales, que hace seis meses lucían abandonados, ahora están llenos de gente, y los vehículos SUV importados recorren las calles. Restaurantes y bares nuevos están apareciendo cada semana en las zonas más prósperas de la ciudad, con sus mesas llenas de empresarios extranjeros, lugareños bien vestidos y personas vinculadas al gobierno.

La gente está cansada de sobrevivir”, dijo Raúl Anzola, gerente del 1956 Lounge & Bar, que organizó la fiesta. “Quieren gastar. Quieren vivir”. Casi de la noche a la mañana, Nicolás Maduro, el líder autoritario del país, ha logrado que eso sea posible, pero solo para algunos.

Con la economía del país destruida por años de mala administración y corrupción, y luego llevada al borde del colapso por las sanciones de Estados Unidos, Maduro se vio obligado a disminuir las restricciones económicas que alguna vez definieron su gobierno socialista y proporcionaron la base de su legitimidad política.

Esas medidas han ayudado a generar cambios en Venezuela de una manera que pocos en Washington o Caracas habrían imaginado, pero que recuerdan cómo en las décadas pasadas sus aliados, Cuba y Nicaragua, relajaron las políticas comunistas y permitieron cierta inversión privada ante el colapso económico.

Después de años de nacionalizar las empresas, determinar el tipo de cambio y fijar el precio de los bienes más básicos, una serie de medidas que durante mucho tiempo contribuyeron a la escasez crónica, pareciera que Maduro hizo las paces con el sector privado y ahora lo deja trabajar. Y aunque en general la economía del país sigue contrayéndose, la disminución de las regulaciones ha motivado a las empresas que les ofrecen servicios a los ricos o al mercado de exportación a invertir nuevamente.

Ahora los dólares son aceptados en todas partes, a pesar de las frecuentes denuncias de Maduro acerca de que EUA es la raíz de todos los problemas de Venezuela. La moneda del país, el bolívar, inútil por la hiperinflación, es difícil de encontrar.

“Ese proceso que llaman dolarización (…) yo no lo veo mal”, dijo Maduro en una entrevista televisiva en diciembre, refiriéndose a la libre circulación de dólares. “Gracias a Dios que existe”.

Ver los anaqueles llenos otra vez alivia las tensiones en la capital, donde la ira por la imposibilidad de cubrir las necesidades básicas ha ayudado a que se desencadenen protestas masivas a lo largo de los años.

En esa nueva economía, los partidarios de Maduro que forman parte de la élite venezolana viven a lo grande con sus negocios y reservas de divisas, que las sanciones de EUA les impidieron gastar en el extranjero. En el bar 1956, los adolescentes y sus padres bebían champán y hablaban sobre sus próximos viajes en yate.

La transformación también  alivió a venezolanos que tienen familia en el extranjero y ahora pueden recibir y gastar sus remesas en dólares comprando alimentos importados.

Pero ese auge también tiene un costo. La nueva economía de libre mercado excluye a la mitad de los venezolanos sin acceso a dólares. Esta desigualdad exacerbada, una de las grandes fallas del capitalismo, socava las pretensiones de Maduro sobre preservar el legado de mayor igualdad social dejado por su predecesor, Hugo Chávez, y su ‘Revolución Bolivariana’.

En sus discursos, Maduro promueve una visión de Venezuela en la que todos comparten sus recursos, pero la brecha entre la retórica y la realidad es mayor que nunca, dijo Ramiro Molino, economista de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas.

“La lucha por la supervivencia ha obligado a que el gobierno se vuelva pragmático”, dijo Molino. “Solo la narrativa sigue siendo socialista”.

Incluso algunos miembros del partido gobernante calificaron los cambios del gobierno de Maduro como una traición al movimiento de Chávez, que se inspiraba en el socialismo, y su misión de ayudar a los pobres.

Este es un capitalismo salvaje que borra años de lucha”, dijo Elías Jaua, ex vicepresidente de Chávez, que todavía forma parte de la directiva del Partido Socialista Unido de Venezuela, el movimiento político que apoya a Maduro.

La producción de petróleo, la mayor fuente de divisas del país, se está estabilizando después de caer a los niveles más bajos desde la década de 1940. Esto se debe a que Maduro relajó el control del Estado sobre el sector y ahora impulsa la inversión privada.

Pero en vez de continuar con el fastuoso gasto público que definió a la era de Chávez, ahora hay profundos recortes en los programas sociales. El gasto del gobierno de Venezuela cayó un 25 por ciento el año pasado, según Ecoanalítica, una consultora con sede en Caracas.

Para la mayoría de los venezolanos, las reformas de Maduro solo han logrado un modesto alivio ante la devastación económica sufrida en los últimos años.

Mariely Marín, de 30 años, vende algodón de azúcar en una plaza del centro de Caracas. Ella gana 2 dólares al día, apenas lo suficiente para comprar alimentos pero no para tratarse una enfermedad respiratoria que recientemente le afectó un pulmón.

“Esta es una forma de tapar la realidad”, dijo sobre la multitud de personas que se toman selfis en la plaza iluminada y llena de trabajadores informales que venden palomitas y dulces. “Los que conocieron otra Venezuela entienden que las cosas no están bien. Es obvio que la crisis continúa”.

The New York Times/FOR

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