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Impera una ‘total anarquía’ en la Amazonia, el pulmón del planeta

Foto; AP
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El Gobierno de Bolsonaro en ocasiones ha aludido a la idea de combatir la tala ilegal, pero el presidente ha reafirmado su antigua postura de menosprecio a los trabajos de conservación Matt Sandy Cuando se dispersó el humo, la Amazonia pudo volver a respirar con facilidad. Durante meses, se cernieron nubes negras sobre el bosque … Leer más

El Gobierno de Bolsonaro en ocasiones ha aludido a la idea de combatir la tala ilegal, pero el presidente ha reafirmado su antigua postura de menosprecio a los trabajos de conservación

Matt Sandy

Cuando se dispersó el humo, la Amazonia pudo volver a respirar con facilidad.

Durante meses, se cernieron nubes negras sobre el bosque tropical mientras las cuadrillas de trabajadores lo quemaban y talaban. Cuando llegó la temporada de lluvias, esta le dio un respiro a la selva y al mundo una imagen más clara del daño sufrido. 

La imagen que apareció no fue nada alentadora: la Agencia Espacial de Brasil informó que en un año habían arrasado con más de 958 mil hectáreas de la Amazonia, una extensión de selva casi del tamaño de Líbano que se ha extirpada del bosque tropical más grande del mundo. 

Fue la pérdida más grande de bosque tropical en Brasil que se ha visto en una década y una prueba clara de lo mal que le ha ido a la Amazonia, que es una defensa importante contra el calentamiento global, durante el primer año de mandato del presidente Jair Bolsonaro en Brasil.   

El dirigente ha prometido abrir el bosque tropical a la industria y disminuir su protección, y su gobierno ha cumplido, recortando fondos y personal para socavar la aplicación de las leyes ambientales. En ausencia de agentes federales, han llegado oleadas de madereros, ganaderos y mineros envalentonados por el presidente y deseosos de satisfacer la demanda global. 

La deforestación aumentó casi un 30 por ciento en comparación con el año anterior.

“Eso confirma que la Amazonia está totalmente desprovista de ley”, dijo acerca de los datos Carlos Nobre, climatólogo de la Universidad de São Paulo. “Los delincuentes del medioambiente se sienten cada vez más empoderados”. 

Advirtió que tal vez la Amazonia pronto rebase un punto crítico y empiece a autodestruirse. “La eficacia en la aplicación de la ley ha llegado a su nivel más bajo en una década”, comentó. “Es una advertencia preocupante para el futuro”.

El Gobierno de Bolsonaro en ocasiones ha aludido a la idea de combatir la tala ilegal, pero el presidente ha reafirmado su antigua postura de menosprecio a los trabajos de conservación. Alguna vez dijo que la política ambiental de Brasil estaba “asfixiando al país”; durante su campaña, prometió que ni un “centímetro cuadrado” de tierra se les asignaría a los indígenas; y el mes pasado, hizo caso omiso de los datos oficiales sobre la deforestación.

Su postura ha destacado en la línea divisoria de la Amazonia, donde el bosque tropical se transforma en terreno para el ganado, la soya y otros cultivos como parte de un proceso que puede ser opaco, en ocasiones ilegal y con frecuencia violento. 

“La deforestación y los incendios siempre han sido un problema, pero esta es la primera vez que han ocurrido gracias al discurso y a las actividades del gobierno federal”, señaló Marina Silva, quien, como ministra del medioambiente a mediados de la primera década del siglo XXI adoptó medidas enérgicas contra las actividades ilegales en la Amazonia, lo cual contribuyó a que la deforestación se redujera un 83 por ciento de 2004 a 2012.

Alrededor del año 2014, Brasil empezó a caer en una profunda recesión y la deforestación comenzó a aumentar conforme los ganaderos y los leñadores buscaban tierras nuevas para explotar. La Amazonia, que durante siglos proporcionó árboles de caucho, minerales y tierra fértil, era el lugar evidente al cual recurrir. 

La agroindustria, que siempre ha sido una fuerza en Brasil, adquirió todavía más poder económico y político: ahora, esta representa casi una cuarta parte del PIB del país, y la región de la Amazonia alberga granjas de soya, minas de oro y hierro, y ranchos que poseen más de 50 millones de cabezas de ganado. 

Estas industrias encontraron un aliado en Bolsonaro, quien era un abogado de extrema derecha a favor de la empresa antes de postularse a la presidencia el año pasado. Según Silva, su gobierno “no está luchando por mantener una gestión medioambiental”.

La deforestación comenzó a aumentar antes de que Bolsonaro llegara al Gobierno en enero. Algunos expertos temían que, para la época más extrema de la temporada seca en julio y agosto, los delincuentes madereros y ganaderos que incendian la tierra con el fin de prepararla para los cultivos y la pastura estuvieran quemando la Amazonia impunemente.

Sus incendios captaron la atención del mundo, en especial cuando se difundieron por internet las imágenes de las llamas en la selva, los árboles calcinados y el humo que oscurecía el cielo de São Paulo, la ciudad más grande de Brasil situada 3 mil kilómetros al sureste del bosque tropical. Según las cifras del gobierno, se detectaron más de 80 mil incendios desde el comienzo del año.

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