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El despertar de Chile por el legado de desigualdad

Fotos: New York Times
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Durante tres semanas, Chile ha estado en constante agitación. En un día, más de un millón de personas tomaron las calles de Santiago, la capital Amanda Taub Lo repentino de las protestas y la furia expresada en las calles de Chile habría sido una situación sorpresiva en cualquier otro lugar. Sin embargo, ha conmocionado al … Leer más

Durante tres semanas, Chile ha estado en constante agitación. En un día, más de un millón de personas tomaron las calles de Santiago, la capital

Amanda Taub

Lo repentino de las protestas y la furia expresada en las calles de Chile habría sido una situación sorpresiva en cualquier otro lugar. Sin embargo, ha conmocionado al mundo el hecho de que lo anterior haya sucedido en el país que frecuentemente es elogiado como el ejemplo de éxito económico de América Latina.

Probablemente, los únicos que no están sorprendidos son los chilenos. Ven un ajuste de cuentas en el caos. La promesa que líderes políticos tanto de izquierda como de derecha han hecho por décadas –que el libre mercado conducirá a la prosperidad y que dicha prosperidad se hará cargo de los otros problemas– no se ha cumplido.

Chile despertó” fue el coro de miles de manifestantes reunidos hace algunos días en el Parque O’Higgins, en Santiago.

Por un tiempo, la promesa parecía estar funcionando. El país hizo la transición de dictadura a democracia en 1990 y le siguieron décadas de crecimiento económico, con Gobiernos que se sucedían en paz.

Sin embargo, ese crecimiento no alcanzó a todos los chilenos.

La disparidad

La desigualdad sigue enquistada profundamente. La clase media chilena está tambaleándose con los altos precios, los bajos sueldos y un sistema privatizado de pensiones que deja a muchas personas mayores en una situación de amarga pobreza.

Una serie de escándalos de corrupción y de evasión de impuestos han socavado la confianza en la élite política y corporativa del país.

Según Cristóbal Rovira Kaltwasser, politólogo de la Universidad Diego Portales en Santiago, “esta es una especie de crisis de legitimidad. Las personas han empezado a decir ‘OK, ¿por qué tenemos que pagar nosotros si los millonarios no están pagando lo que les corresponde?’”.

Al mismo tiempo, tenemos una clase política totalmente desconectada de la realidad”, añade Kaltwasser.

Foto: New York Times

En un intento por restablecer el orden, el presidente Sebastián Piñera desechó el incremento de cuatro centavos de dólar de la tarifa del metro que motivó las protestas iniciales. Luego procedió a desplegar las fuerzas militares en las calles de Chile, por primera vez desde la transición del país a la democracia.

Cuando eso no funcionó para calmar las protestas, Piñera salió por televisión pidiendo perdón y prometiendo pensiones más altas, mejor cobertura médica, impuestos más elevados para los ricos y recortes salariales para los políticos. Luego, le solicitó la renuncia a todo su gabinete.

Pero los manifestantes no estaban convencidos.

Luis Ochoa Pérez, quien estaba vendiendo banderas cerca de la entrada del parque O’Higgins durante la manifestación, tiene ciertamente esa opinión.

“Los abusos no han parado”, afirmó, “así que tenemos que salir a las calles”.

Su bandera más vendida, de su propio diseño, es una que exige la renuncia de Piñera.

Minutos después, las había vendido todas.

Foto: New York Times

‘NO SON 30 PESOS, SON 30 AÑOS’

Javiera López Layana, estudiante de la Universidad de Chile y activista de 24 años que ayudó a organizar la protesta, no podía ocultar su emoción.

López destacó cómo la mayoría de los voceros habían estado usando el término “el pueblo” para describir a los chilenos. Para un extranjero, eso parece un detalle mínimo. Pero ese término, que en América Latina está asociado con la izquierda, ha sido tabú en Chile desde que López tiene memoria. Su resurgimiento pareciera presagiar más cambios significativos.

El fin de la dictadura de Augusto Pinochet, en 1990, llegó con una advertencia implícita: el régimen militar finalizaría, pero las políticas socialistas de Salvador Allende, el presidente de izquierda que el general Pinochet derrocó con un golpe de Estado, no regresarían. Los Gobiernos posteriores mantuvieron el sistema económico extremadamente “laissez-faire” impuesto en los años 70 y 80.

En la actualidad, el enojo público generalizado por la desigualdad y la precariedad económica que muchos chilenos ven como una consecuencia de ese sistema, significa que las medidas económicas conservadoras pueden ser más una amenaza a la estabilidad política que un medio para conseguirla.

“No son 30 pesos, son 30 años” se ha convertido en una de las consignas de las protestas. Es una referencia a la propuesta del incremento de la tarifa del metro que inició la crisis y a las tres décadas que han pasado desde que finalizó el régimen militar.

El salario promedio del país es de alrededor de 540 dólares mensuales. Según Marco Kremerman, economista de la Fundación SOL, un centro de estudios con tendencia de izquierda de Santiago, eso está por debajo del umbral de pobreza para una familia de cuatro personas. Los pagos promedio del programa nacional privado de pensiones, la única red de protección de los jubilados, están por el orden de 200 dólares al mes.

Existe un amplio consenso, entre manifestantes y expertos, de que el país necesita reformas estructurales. Reemplazar la Constitución actual, la cual fue establecida durante la dictadura, significaría también que Chile está saliendo de la sombra de 30 años del régimen de Pinochet.

Cuando estamos endeudados, viviendo en miseria y empobrecidos, no pensamos necesariamente en la Constitución”, afirma López. “Pero al final, necesitamos realizar cambios”.

THE NEW YORK TIMES/FOR

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