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La ‘legitimidad’ es el tema que tiene en crisis a Venezuela

Foto: The New York Times.
Foto: The New York Times.

Tanto Nicolás Maduro como Juan Guaidó se atribuyen el título de dirigente legítimo de Venezuela. Max Fisher & Amanda Taub Si les parece imposible que el Gobierno de Venezuela haya podido permanecer en el poder después de casi dos años del colapso económico impuesto por el mismo país, consideren que Naunihal Singh, un experto destacado … Leer más

Tanto Nicolás Maduro como Juan Guaidó se atribuyen el título de dirigente legítimo de Venezuela.

Max Fisher & Amanda Taub

Si les parece imposible que el Gobierno de Venezuela haya podido permanecer en el poder después de casi dos años del colapso económico impuesto por el mismo país, consideren que Naunihal Singh, un experto destacado en transiciones de poder y golpes de Estado, está tan perplejo como todos los demás.

Foto: The New York Times.

“Es desconcertante de verdad”, dijo Singh. “Nadie debería beneficiarse de que el país se desestabilice a este grado ni de que tantas personas mueran de hambre”.

Un indicio de por qué la crisis se ha prolongado tanto se puede encontrar en la creciente disputa sobre la legitimidad, la señal más reciente de una parálisis en cuanto al futuro del país, que ya ha durado un mes.

Tanto Nicolás Maduro, el presidente, como Juan Guaidó, el legislador de la oposición que desafió la victoria electoral ampliamente cuestionada de Maduro, se atribuyen el título de dirigente legítimo de Venezuela. Se han escuchado opiniones sobre el tema de líderes militares, élites políticas, manifestantes y Gobiernos extranjeros.

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Las disputas como esta normalmente surgen cuando los países enfrentan una crisis capaz de desplazar al Gobierno en funciones. Sin embargo, los expertos afirman que en realidad no tienen que ver con la legitimidad.

Más bien, se trata de juegos complejos de maniobras y señales entre dirigentes militares y civiles y Gobiernos extranjeros que tienen el poder de determinar el destino del país, pero solo si un grupo suficientemente grande de ellos puede aunar esfuerzos para imponer su estrategia.

Cuando esos actores poderosos consideran sus opciones –un golpe de Estado, un Gobierno de unidad, una transición pacífica, o ratificar al líder actual–, eligen la que más favorezca a sus intereses y que pueda obtener el apoyo de otros actores poderosos con el objetivo de implementarla.

Foto: The New York Times.

“La legitimidad se utiliza como decoración para una opción que ya fue elegida, y no como un motivo para seleccionarla”,  explicó Singh.

Ese proceso se ha desintegrado en Venezuela.

La institución política está fracturada. Los Gobiernos extranjeros, entre ellos el estadounidense y el ruso, se adhieren a agendas contrapuestas de suma cero que les impiden converger. Incluso los ciudadanos venezolanos –quienes tendrían que confiar enteramente en cualquier nuevo gobierno para que este pueda sobrevivir– siguen divididos. Algunos de ellos, especialmente los que viven en la pobreza, todavía apoyan los ideales del mentor y predecesor de Maduro, Hugo Chávez.

Tantas declaraciones entrecruzadas pueden hacer que sea difícil trazar una línea clara entre lo que es legítimo o ilegítimo, entre una revolución o un golpe de Estado, entre el rescate o el menoscabo de una democracia.

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El resultado es un estado de parálisis: con la supervivencia del Gobierno venezolano a casi dos años de un colapso declarado como algo inevitable y un país que se sumerge en una crisis cada vez más profunda.

PERSUASIÓN DE LA MILICIA

Las complejas maniobras de los dirigentes de Venezuela son más claras al observar su competencia para conseguir la lealtad de las fuerzas armadas.

“El retiro del apoyo militar a Maduro es decisivo para el cambio de Gobierno”, escribió Guaidó, el líder de la oposición, en un artículo de opinión para ‘The New York Times’, y añadió una promesa de “amnistía para aquellos que no hayan cometido crímenes contra la humanidad”.

Mensajes como estos pueden ser más creíbles cuando se hacen públicos, pues obligan a los que ofrecen tales garantías a cumplir su palabra.

Sin embargo, puede que Maduro tenga más que ofrecer. Se especula que le ha otorgado al Ejército el control de las rutas del narcotráfico, entre otras fuentes de ingresos. Esto también dificulta que los oficiales deserten, pues saben que un Gobierno distinto podría instaurar procesos penales.

Es una táctica de eficacia probada. Cuando el presidente de Gambia, un pequeño país de África occidental, se rehusó a dimitir tras perder la elección de 2016, los ciudadanos, las élites y los Gobiernos extranjeros se pusieron en su contra. No obstante, el Ejército se mantuvo fiel a él, en parte debido a que había utilizado esas fuerzas para ajustar las riendas en su nación, por lo que dejó a los soldados expuestos a una condena en prisión si alguna vez perdía el poder. El voto de la milicia fue tan decisivo que la crisis no se resolvió, sino hasta que varios países colindantes invadieron el territorio.

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Aun cuando algunos oficiales se han rebelado, con lo que han suscitado miedos de un amotinamiento total, los generales no se han alineado con Guaidó. Sin embargo, al parecer Maduro siente que su poder sobre ellos es demasiado débil para convocar a los soldados a las calles con la finalidad de acallar las manifestaciones.

The New York Times

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