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¿Septiembre hace verano?: René Delgado

    René Delgado   Aún no concluye septiembre. Sin embargo y hasta ahora, dichos, hechos y actos protagonizados o respaldados por el presidente Andrés Manuel López Obrador resultan tan interesantes como inquietantes. *** Abordar, sin embargo, esa circunstancia es imposible sin antes condenar la infamia de perseguir a científicos reconocidos por sus aportaciones. El … Leer más

 

 

René Delgado

 

Aún no concluye septiembre. Sin embargo y hasta ahora, dichos, hechos y actos protagonizados o respaldados por el presidente Andrés Manuel López Obrador resultan tan interesantes como inquietantes.

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Abordar, sin embargo, esa circunstancia es imposible sin antes condenar la infamia de perseguir a científicos reconocidos por sus aportaciones.

El asombroso empeño por encerrarlos en un penal de alta seguridad, cuando dos jueces han ya desestimado la causa penal, es un despropósito mayúsculo. Una acción que, sin duda, lastima a los señalados, pero también desprestigia al Gobierno, así como a la misma Fiscalía. Un sinsentido injustificable, sobre todo cuando a los verdaderos criminales se les toleran los agravios cometidos contra la sociedad y el Estado, se les busca con flojera o se les deja ir; se les dispensa un trato preferencial o se les ofrecen abrazos para no estar de brazos cruzados.

A cuentas debería llamar el Senado de la República a Alejandro Gertz Manero y preguntarle de qué se trata, haciéndole ver que la autonomía y la independencia de la Fiscalía no es fuero para emprender causas con tinte de capricho, venganza o revancha.

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Tal embestida altera la idea de abordar, como se quería, los giros políticos de estos últimos días.

Sea porque el calendario marca deberes legislativos y constitucionales, así como efemérides y festejos insoslayables o porque, a la mitad del camino, siempre cabe revisar lo hecho y operar ajustes; se registran cambios tanto en la política interior como en la exterior, ajustes que, a la postre, determinarán el curso final del sexenio.

El tiempo dejará ver, desde luego, si hay o no consistencia en las posturas adoptadas y las acciones emprendidas, además del consecuente efecto. Pero como no hay tiempo, en breve se sabrá adónde va el mandatario y adónde lleva el país. Se verá, pues, si septiembre hace verano.

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En este intenso acontecer, hay un par de factores singulares. Uno, importante; otro, absurdo.

El importante. Los contrapesos se han reactivado y funcionan. Pese a la presión de quienes los instan a actuar como oposición partidista, la reacción de algunos de esos poderes u órganos autónomos ha sido asumir, recuperar y practicar su función de contrapeso institucional, aunque, claro, también los hay que han tomado partido o, peor aún –como parece–, han hecho de su condición fuero particular.

El absurdo. La oposición agrupada en formación muégano –con exceso de grasa y harina, pero sin miel suficiente como pegamento– se ha convertido en aliado involuntario del Ejecutivo. Una parte de ella tiende al colaborar, apegada al criterio del oportunismo político, otra corre al extremo y justifica sin querer al Gobierno que abomina. En su conjunto, la oposición sin proposición es incapaz de frenar o sentar al Ejecutivo, definir qué quiere y actuar de manera proactiva. Cuanto más se mueve en sus contradicciones, dogmas, intereses y titubeos, más se extravía y menos avanza. Cosa de preguntar al voxista o boxista del PAN, Julen Rementería.

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Lo sucedido estos días habla de una intensidad política enorme.

El Ejecutivo operó cambios en Gobernación y su consejería jurídica. Sentó en Gobernación a un paisano de su absoluta confianza, como lo es Adán Augusto López, quien –con el encargo reivindicado– muestra mayor capacidad. Así, regresó a su escaño a Olga Sánchez y quién sabe adónde Julio Scherer. Un ajuste que revela la necesidad de rigidizar el control con los propios y distenderlo con los ajenos. Disciplina y control hacia adentro, negociación y acuerdo hacia afuera sin rendir la plaza en ningún caso.

Varios factores obligaban el ajuste, la precipitación del juego sucesorio, la nueva correlación de fuerzas de la Legislatura que apenas entró en funciones y el replanteamiento del mapa político en la República con el inicio del relevo del poder en 15 estados. En ese cuadro, falta por ver el talante y el signo de la actuación de Ricardo Monreal en el Senado que, no a causa de la pandemia, se le hizo tomar distancia del Ejecutivo y si, en la Cámara de Diputados, Ignacio Mier da el ancho en la nueva circunstancia.

Cambios también se dieron en el tono del mensaje presidencial con motivo del tercer informe de Gobierno. Al margen del exceso de presumir como suyos logros no necesariamente vinculados a su gestión y pretender dar lecciones a los tecnócratas, el Ejecutivo no se mostró rijoso ni desafiante y, en consonancia, el paquete presupuestal presentado después no fue mal visto por factores y actores económicos.

No son giros menores.

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En el campo diplomático igual hubo giros.

Dicho en breve, se volteó al sur para ver al norte. Se cobijó a otros en defensa propia y, aun cuando en la cumbre de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe se generaron más expectativas que resultados y se cosecharon más diferencias que coincidencias, el Ejecutivo hizo acto presencia en la región, mirando a Estados Unidos, cuya presión para controlar por la fuerza el flujo migratorio pinta una crisis.

A los desplantes sigue, tan pronto como el próximo lunes, la visita del jefe del Departamento de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken y, luego, en noviembre, la eventual asistencia del mandatario mexicano a Nueva York, cuando México asuma la presidencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Está por verse si esos giros suponen una estrategia política o una nostalgia ideológica y si el lance amplía o reduce el margen de maniobra en la redefinición de la relación con Estados Unidos.

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A lo largo del mes fue evidente, pues, el manifiesto afán de tentar el futuro sin soltar el pasado, pero eso exige tener muy claro el presente.

 

[email protected] @SobreavisoO

 

Operar ajustes en la política interior y exterior, además de tentar el futuro sin soltar el pasado, exige tener muy claro el presente y parar las causas sin sentido.

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