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Carlos Deolarte: Universo lleno de arte, barcos y dragones

Carlos Deolarte: Universo lleno de arte, barcos y dragones
Carlos Deolarte: Universo lleno de arte, barcos y dragones

Carlos Deolarte siempre está en busca de respuestas, es un viajero que atesora conocimiento que te lleva a sitios nunca imaginados con su arte y charla Carlos Uriegas/Fotos: Yarhim Jiménez Barcos con destino al cielo, terraza que se ha transformado en mar. Subimos a un inmenso navío en cuya cubierta se tiene una vista que … Leer más

Carlos Deolarte siempre está en busca de respuestas, es un viajero que atesora conocimiento que te lleva a sitios nunca imaginados con su arte y charla

Carlos Uriegas/Fotos: Yarhim Jiménez

Barcos con destino al cielo, terraza que se ha transformado en mar. Subimos a un inmenso navío en cuya cubierta se tiene una vista que lo domina todo. Es la casa de Carlos Deolarte, artista plástico y escritor, que en la Colonia San Javier ha creado un mundo alucinante donde vive el arte y se proyecta al cielo.

“Nací en el mar, y me llevó bien con la cultura nórdica, armé muchos barcos, como Floki, el constructor de barcos vikingos, un místico guerrero, campesino y constructor, una mente que viaja, pero que al mismo tiempo busca un edén”, así de real y mítica es una de las primeras respuestas en la visita al estudio del artista nacido en Coatzacoalcos.

Carlos Deolarte siempre está en busca de respuestas, es un viajero que atesora conocimiento.

Qué te ata a un lugar, qué te lleva a viajar, como diría Rabell, el compromiso de un artista cuando es apasionado es total, de ahí que el compromiso es contigo mismo, con tu arte”, reflexiona el pintor, quien  pide se le acerque un sacudidor de plumas para quitar el polvo de un cuadro y cuestiona sobre, qué es lo que se aprecia al mirar la pieza.

“Este es un grabado de 1991, es de mis primeros diseños cuando estudiaba en Florencia y mis compañeros y maestros aplaudieron al verlo”.

El fotógrafo ve un árbol coronado en la cima por un castillo, Deolarte encuentra un ojo y se descubre un elemento fantástico que se recrea cada que se mira, ya que en el cuadro sigue descubriendo elementos, “todo lo que ves existe”. Lo que para mí es un pez beta, para otro es un astronauta que se interna a lo profundo del espacio. Hay narices, ojos, que se pierden entre un azul profundo, con destellos luminosos y sombras.

“Si alguien lo ve después lo explicará de otra manera, algunas veces hay que dejar descansarlo un año y te das cuenta que el trabajo ya está hecho”, comenta el artista, quien empezó a pintar en Cancún, atrayendo de nuevo la conexión marítima.

Estudié relaciones internacionales, empecé a pintar en Cancún, de nuevo el mar, a veces no se que hago aquí; allá tuve mi primer y único trabajo, en una agencia de viajes, labor que tuve por seis meses solamente. A un amigo que había estudiado en la Esmeralda, le pedía que le pintara cosas, yo le decía, yo le indicaba la composición y mi compañero lo hacía, después del quinto cuadro, me dijo mejor te enseño y así comenzó todo”, recuerda el artista quien vio en Florencia el mejor escenario para su formación.

“Cuando sales de un país aprendes mucho, cuando salí de Cancún a Italia, me di cuenta que no estaba preparado para el frío. Entre a tomar clases en el Instituto per l’Arte e il Restauro Palazzo Spinelli, en Florencia, del otro lado del puente Santa Trinita, ahí decoré un restaurante al otro lado del puente que cruza el Río Arno”, explica al remitir nuevamente la presencia del elemento acuático.

“En el restaurante llevé a mis compañeros para que vieran el dragón de dos metros de alambre que se tragaba la ciudad, una historia que escribí”, revela Delorate sobre su faceta de escritor.

Del pasado llegamos al presente, una realidad distinta en la que el escultor se ha convertido en jardinero y fotógrafo.

Ahora en el confinamiento me he dedicado a tomar muchas fotografías, todos los días son diferentes. Es un lugar lleno de aves, de flores y plantas que ahora también he tenido tiempo de atender. La naturaleza agradece cuando les das tiempo; llegan abejas, petirrojos, pericos, colibrís. Ahora les silbo, me contestan, me comunico y acuden a mi llamado”, comenta a la par de la entrada de un  de un colibrí a su estudio.

Deolarte es un artista urbano, que en París ve a la “Ciudad”, una urbe que conserva su esencia histórica y se mantiene en constante evolución, pero que mantiene al mismo tiempo un diálogo con la naturaleza. “Algo que afuera puede estar descompuesto, acá la naturaleza lo compone, y ahora tenemos el tiempo de contemplar y disfrutar”.

Carlos Deolarte navega del azul profundo al colorido de tres murales con apariencia selvática o marítima, en la que ojos de aves y aletas de peces en movimiento constante vuelan y nadan en un mar y un río en que se juntan el cielo con la tierra.

“Las obras no hay que entenderlas o interpretarlas demasiado, te gustan o no te gustan”, explica el pintor antes de subir al techo de su estudio donde expone su faceta de escultor.

Su recorrido de exposiciones 

De Olarte ha expuesto en Querétaro en la Biblioteca Gómez Morín, en la Galería Libertad y en múltiples espacios abiertos como del Parque Bicentenario, donde al final de la pista de atletismo habita un gigante paralímpico, “el más grande del mundo”, pero su obra permanente puede verse como aurora boreal en plena Colonia San Javier, desde las calles Mariano Arce y Privada del Sol.

En la imagen se insertan los sueños: Óscar Colorado

Del color y el lienzo llegamos al Fuego y al hierro, espíritu vikingo, de viaje y de conquista, pero que siempre termina volviendo, ya que a este artista viajero, Querétaro le brinda el tiempo y el espacio necesario para crear, para tomar aire y zarpar de nuevo en busca de gigantes, barcos, soles y medias lunas.

No planea, sino que ejecuta de acuerdo a sus propios tiempos, hablar con él es recorrer caminos sin un rumbo fijo, pero que ayudan a descubrir el mundo mitológico que ha creado, en donde habitan dragones que escupen nubes al sol para cubrir a la ciudad de tormentas o gigantes guardianes de un espacio único en Querétaro.

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