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Les faltaba un techo y en refugio Alcanfores se protegieron ante COVID-19

Les faltaba un techo y en refugio Alcanfores se protegieron ante COVID-19
Les faltaba un techo y en refugio Alcanfores se protegieron ante COVID-19

El refugio del Parque Alcanfores, del municipio de Querétaro, es un espacio que sana física, mental y emocionalmente a quienes buscan alejarse de COVID-19 Texto: Carlos Uriegas. / Fotos: Selene Ugalde El albergue en el Parque Alcanfores es mucho más que un refugio para alejarse del COVID-19; en el verde espacio, 63 personas son protegidas … Leer más

El refugio del Parque Alcanfores, del municipio de Querétaro, es un espacio que sana física, mental y emocionalmente a quienes buscan alejarse de COVID-19

Texto: Carlos Uriegas. / Fotos: Selene Ugalde

El albergue en el Parque Alcanfores es mucho más que un refugio para alejarse del COVID-19; en el verde espacio, 63 personas son protegidas de la calle; han encontrado techo, cama y alimento. Han recuperado la seguridad, son vistos, se les escucha, son valorados y se les brindan herramientas para su recuperación integral.

El Centro surge a partir de la campaña “Quédate en casa”, idea atendida por quienes tienen esa posibilidad, pero al carecer de ese espacio, para muchos la idea carecía de sentido, razón por la que organizaciones de la Sociedad Civil, como el Frente Queretano por el Derecho a la No Discriminación, Ahora Querétaro, Raíces que Inspiran y el Municipio capitalino unieron esfuerzos y abrieron las puertas del Parque Alcanfores.

“Basado en recomendaciones de la ONU de tomar espacios abiertos, en los que circule el aire, se pensó en habilitar un lugar muy agradable, y no un estacionamiento sin árboles y sobre pavimento, por fortuna el municipio decidió abrir el parque para este fin”, comenta Walter López, vocero del Frente Queretano por el Derecho a la No Discriminación.

Bajo estrictas medidas de higiene y seguridad, se sanitiza todo lo que entra. Personas, productos y alimentos son revisados para evitar contagios.

“Aquí la posición es de más libertad y todo está basado en la dignidad humana y en los derechos humanos, aquí vienen todos de manera voluntaria, con la libertad de entrar y de salir”, expresa Aline Escalante, quien nos acompañó durante el recorrido por el campamento.

Walter López explica que se han dado cuatro momentos desde que se abrió el campamento el 11 de mayo.

“Hemos tenido cuatro oleadas, ya que llegó primero el municipio con sus experiencia con personas de la calle; empezamos a recibir a quienes ya tenían tiempo en la calle, siguió el grupo de las familias que perdieron el trabajo y ya no pudieron pagar renta, luego llegaron personas expulsadas de sus familias por la violencia generada durante el confinamiento, y la cuarta ola es con gente con dificultades mentales que se habían quedado en las calles”, detalla Walter.

Poder dormir ocho horas, tener tres comidas al día, bañarse diariamente, calma la necesidad urgente, lo que les permite tener seguridad para volver a pensar en ellos, para que puedan hacerse cargo de si mismos en un santuario en el que se autoreparan.

En el Parque Alcanfores existen tres campamentos; la zona para familias, el espacio de los hombres solos y la zona para los que van llegando y son evaluados con pruebas médicas.

“Hasta el momento no se ha registrado ningún contagio o caso positivo de COVID, la distancia, los protocolos y el gran espacio es clave para evitarlo, además de que se monitorea diariamente la salud y que la UAQ realizó pruebas de tamizaje y todos salieron negativos”, explica Aline Escalante.

Teniendo a la libertad como principal valor, se les invita a participar de las actividades que se organizan en el albergue natural, ya que al estar ahí se busca brindarles herramientas de rehabilitación y reflexión.

“El día empieza a las 7 de la mañana y termina a las 10 de la noche; a las 7:30 hay meditación, de 8 a 9 hacen deporte, de 9 a 10 desayunan y toman un receso para bañarse, limpiar su casa. Luego llega la hora de la comida, por la tarde tienen pláticas, asambleas, se les visibiliza, se auto regulan, y se dan cuenta que son personas, que son sujetos de derecho y dejan de ser objetos”, explica Aline Escalante.

Por la noche les proyectan alguna película con algún mensaje positivo, a las 10 se duermen y en la mañana siguiente analizan la película; ayer fue Kung fu Panda y ahora ellos recibieron su rollo, como en la película, para escribir su historia, por ejemplo hubo gente que lleva 20 días sobrio y sobre eso empezó a escribir.

En el campamento de los hombres solos ya se escucha la idea de formar una empresa de seguridad y otra de limpieza, algunas de las experiencias con las que cuentan algunos de sus habitantes.

“Al salir ya no quieren ser empleados, hay guardias de seguridad que llegaron golpeados, no les pagaron sus salarios, han sido amenazados y ahora piensan unirse, y ver cómo crean una empresa o cooperativa para generar su propio trabajo”, revela Escalante.

Aline Escalante detalla que hay tres grupos que son los que sufren más discriminación en México: “Los indígenas son rechazados, pero son capaces de crear comunidad, se cierran a sus tradiciones y familias, así se protegen. Está el sector LGBT, que también es atacado, pero tiene la capacidad de organización, cuentan con recursos, con estudios para salir adelante, y está la gente de la calle, ellos son los más afectados, ya que no cuentan con redes de protección y apoyo, están solos”.

En muchos casos la calle, además de afectar su cuerpo, ha impactado la mente de algunos huéspedes en el Parque Alcanfores, quienes han sufrido la expulsión o abandono de sus familias, tal es el caso de Memo y Gerson.

“El ser tratado como una persona loca o demente, cuando su enfermedad no es tan grave ha afectado a Memo, pero acá se ha convertido en líder de su cuadrilla, usa su chaleco naranja, que lo involucra y le da valor”.

Gerson pide ser entrevistado, incluso nos da su nombre artístico, “Fersy Gerson”, sueña con escribir su libro y sus canciones mientras no deja de sonreír y platicar. “Gerson esta medicado y, junto al buen trato ha reaccionado muy bien, se le nota calmado, en paz”, nos revela Aline.

LA HISTORIA DE DON HÉCTOR, UN TAXISTA ABANDONADO

En la zona de familia encontramos a Don Héctor, un taxista por 35 años, quien al sufrir una fractura y tener pie diabético tuvo que dejar de trabajar, ya no pudo manejar.

En primera instancia fue recibido y acogido por una familia otomí que al tener que regresar a su pueblo dejó a Héctor sin casa. El abuelito del campamento, no tiene taxi, pero sí una silla de ruedas que estrenó, y que le permite moverse.

“Necesito que me lo operen ya que tengo una fractura en el tobillo, de ahí se me vino el pie diabético, pero ahí vamos, ya mañana cumplo 15 días aquí. Me siento bien, estoy durmiendo muy bien, valoro mu- cho la amistad, el compañerismo, todos se preocupan por mi; ahorita Juanito y Mario me está arreglando mi casita, la están limpiando, aquí tengo algo que no tenía afuera, ya que lo perdí todo, mi casa, trabajo, las amistades que yo creía que tenía también me dejaron solo”, narra Don Héctor con el evidente daño por la fractura de tobillo y la hinchazón por el pie diabético.

 

El taxista de 65 años, oriundo de Coahuila y con más de 30 años en Querétaro destaca la ayuda de Dios y de uno de los grupos marginados en el país.

“Dios me quiere mucho ya que me mandó a una familia otomí, que me abrió su casa, me tuvieron ahí durante tres meses, pero se tuvieron que regresar a su pueblo y me tuve que salir, ese día me mandaron en un taxi a ver una prima a ver si me daba asilo, pero mi prima me dijo que no, me subió a un taxi y un chico de UBER me trajo acá, por cierto me viene a visitar, está al pendiente; el domingo nos trajo tamales, jabón, un rastrillo, se preocupa por mi, yo cuando lo veo le digo ¡nadie en mi vida se había portado como tu!”.

Héctor tiene una hermana en Mazatlán y otra en la Ciudad de México, pero ellas no saben que su hermano vive en un albergue en tiempos de pandemia.

“Tengo una hermana en Mazatlán y otra en México, pero no saben que estoy aquí”, al preguntarle si las buscaría, traga saliva y dice: “Para qué, para que me rechacen otra vez; acá tengo apoyo, tengo techo, comida, la amistad y el cariño de la gente”, y señala a Aline, su principal protectora.

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“Él es un amor, sabemos que tiene lo del pie, ya está medicado y en su momento se hará la cirugía, pero por ahora es muy riesgoso que entre al hospital. Siempre está sonriendo, por fortuna no pisó la calle, siempre ha sido productivo, pero por lo del pie ya no pueda trabajar, no tuvo para pagar la renta, tuvo que regresar el carro y por fortuna un Uber lo trajo aquí”, comenta Aline quien lamenta que la ‘Sana Distancia’ le impida abrazarlo.

JUANITO, QUIERE REGRESAR A SU CARRERA DE VETERINARIA

Con 20 días en el albergue y seis meses de estar en la calle, el exestudiante de veterinaria en Aguascalientes dice que en el albergue ha encontrado la tranquilidad y la seguridad de poder dormir sin el temor de que lo roben o lo agredan policías y ladrones.

“Aquí tengo lo primordial que es salud y seguridad, aquí sí puedo dormir bien sin cuidarme de los de- más, aquí hasta puedo dejar mi casa de campaña abierta”, expresa el joven tabasqueño cuya meta es regresar algún día a Aguascalientes para terminar su carrera de veterinaria.

Amistad, unión y convivencia son algunos de los aprendizajes que van retirando como capas de cebolla el egoísmo al que orilla la sobrevivencia.

JUAN ANTONIO VIVE CON SU ESPOSA Y SU PEQUEÑO

“Llegué en diciembre a Querétaro para trabajar en la construcción, pero con la pandemia me descansaron, tenía la renta encima y era pagar al renta o las necesidades básicas, por lo que tenemos un mes en la calle. Buscamos afuera , pero las cosas estaban muy difíciles por el niño, por lo que llegamos acá, aquí hay seguridad, ropa y podemos descansar, en la calle no se duerme igual y aunque no traemos nada, lo poco que tenemos nos lo podían quitar. Busqué trabajo pero se cerraron las puertas para muchos”.

Juan Antonio, Gudelia y su pequeño de dos años ya dejaron a un lado la angustia por encontrar alimento, la leche y los pañales.

Aunque Gudelia es de Amealco y Juan Antonio tiene familia en la Ciudad de México se sienten más seguros en su tienda de campaña del Parque de Alcanfores.

“He tenido contacto con familiares y allá está más duro, mi familia está en Iztapalapa y hay muchos infectados, conozco personas y familias que han muerto y en Amealco es encerrarse a nada, no hay trabajo por allá”.

 

ROGELIO SÁNCHEZ AHORA ESTÁ SEGURO

Trabajar en una empresa de seguridad no la garantiza, por increíble y paradójico que pueda sonar, Rogelio Sánchez solo encontró incertidumbre en los pagos, malos tratos y abusos.

“Me deben dinero, no me pagaron mi salario y como procedí legalmente me quitaron mis documentos”.

Para una persona que no tiene nada, sus documentos son el único vínculo que los liga al mundo, por lo que Rogelio sólo pide justicia y que le devuelvan su identidad.

“Para llegar aquí caminé mucho, se me hincharon las piernas por las várices, y cuando vi el campamento no pensé que era aquí y me fui para el otro lado, hasta que mi primo me trajo en su camioneta”, revela Rogelio, quien vive en el Albergue desde el 15 de mayo.

Hay historias que provocan lágrimas y otras que llevan al aplauso, personas que tras la violencia y el abandono familiar han preferido ejercer su libertad de quedarse y no regresar a su casa.

“Antonio llegó ebrio y golpeado, sufrió violencia de su familia, algo que nos dijo tiempo después de haber llegado. Fue de los primeros en llegar el 11 de mayo; como cuatro días después veo en Facebook que la familia lo reportó como desparecido y lo estaban buscando, le dije que era bueno que avisara a su familia que estaba vivo, ya que lo buscaban hasta en la morgue”, comparte Aline Escalante.

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“El sí tenía a donde llegar, pero su familia lo violentó, su mamá llegó lo vio, y Antonio le dijo que estaba bien, que estaba sobrio y que esta era su nueva familia”, revela la voz que acompaña a la cruda realidad.

Una verdad que habla del abandono y el reencuentro, de la enfermedad y la salud, pero también de la alegría y la riqueza, al observar como comunidades rechazadas están sacando adelante a otros sectores más discriminados.

Si a la pandemia, ya de sí dura y crítica, se le añade la soledad, la afectación puede ser tremenda, pero en el Parque de Alcanfores suceden cosas que abrigan esperanzas a quienes lo han perdido todo.

 

Cambiar la mente de los necesitados

No sólo es dormir y comer, hay que darle un elemento de valor a las personas, verlos como humanos, ver que dentro de ellos existen cualidades, talentos y virtudes dormidas.

José Sixtos, de Raíces que Inspiran, trabaja con la mente y reprograma o reconfigura a las personas que viven en el Albergue del parque de Alcanfores.

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“Todos tienen valor, pero la estigmatización de la sociedad los ha ido limitando, por lo que hacemos una reconfiguración de su persona, de su ser, cambiar lo que piensan por lo que sienten; son bien amorosos, gentiles, serviciales, y que solo han tenido una etapa de vida de dolor, frustración y tristezas; cuando se reconfigura el pensamiento al sentimiento y observamos al ser, se dan cuenta de que son mas de lo que piensan”, explica José quien come con ellos, se baña donde ellos lo hacen, y contundente refuerza su comentario expresando: “no soy distinto a ellos”.

El secreto es recuperar el valor de las personas, lo que el tiempo y la calle les ha quitado.

“La labor que hago con ellos es que se descubran en su interior, cuando lo logran viven la tras- formación del ser, la mente es dual, está la verdad y la mentira, pero el ser no, el ser es”, comparte José Sixtos coach ontológico, miembro del equipo de John Maxwell.

“Yo me encargo de ellos, que sepan que son dignos, aquí se transforman, los ves que llegan sucios y mañana están limpios, rasurados, perfumados, totalmente modificados, le enseñamos que sean ellos, no hay juicios, ni estigmas, son ellos”.

La seguridad que encuentran ahora les quita el miedo y se abren para atender y absorber la información.

“Les quitamos el miedo. Cuando cubren sus necesidades básicas, como dormir y comer, que no los van a golpear o asaltar, y llegan un sitio seguro, esa seguridad interna hace que se desparramen, que tengan seguro el alimento y posteriormente su sentimiento y pensamiento está más relajado y es cuando absorben la información que les damos y ya empiezan a interactuar en una energía de pasión y amor, no una de fuerza y temor, si no de ver quién es el que da más”, comenta José, quien explica que esa es la razón por la que que se respira paz y tranquilidad en el lugar.

El alivio y satisfacción al reencontrar a personas en una nueva realidad es lo que lo motiva a José Sixtos.

“Lo hago porque encuentro satisfacción en la transformación de las personas, gente sin esperanza de vivir, y los ves meses después en sociedad activa de forma proactiva, algunos regresan a sus casas, recuperan a sus hijos, y los encuentro de una manera más próspera, esa es la más grande satisfacción. El ver que dejan las drogas y la calle para volver a la escuela y el trabajo ya valió la pena, dar contribución de alguna manera, eso es lo que hago, es una labor granítica, pero apasionante”, concluye José antes de continuar transformando vidas des- de su esencia.

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