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Los sacerdotes de Italia también se están muriendo

Los sacerdotes de Italia también se están muriendo
Los sacerdotes de Italia también se están muriendo

El virus ha ocasionado el fallecimiento de casi 100 clérigos, muchos de ellos jubilados y especialmente vulnerables al flagelo de la pandemia Jason Horowitz / Elisabetta Povoledo El domingo anterior a la Pascua, sonó el teléfono del sacerdote. El cura Claudio Del Monte se llevó el teléfono, que le dio el personal del hospital de … Leer más

El virus ha ocasionado el fallecimiento de casi 100 clérigos, muchos de ellos jubilados y especialmente vulnerables al flagelo de la pandemia

Jason Horowitz / Elisabetta Povoledo

El domingo anterior a la Pascua, sonó el teléfono del sacerdote. El cura Claudio Del Monte se llevó el teléfono, que le dio el personal del hospital de Bérgamo, junto con una pequeña cruz y un poco de desinfectante casero. En lugar del alzacuello habitual en su vestimenta clerical, usaba batas desechables, una mascarilla quirúrgica cubierta con otra máscara, gafas protectoras y un gorro sobre su cabeza. Sobre su pecho había dibujado una cruz negra con un rotulador.

Le pidió disculpas a dos pacientes con coronavirus que estaba visitando en el hospital y respondió la llamada. Pero él ya sabía lo que significaba. Minutos después, llegó junto a la cama de un hombre mayor que había conocido días antes. Una máscara de oxígeno tapaba la cara del hombre, y el personal de cuidados intensivos se ubicó alrededor de su cama.

“Lo bendije y lo absolví de sus pecados, me apretó la mano con fuerza y me quedé con él hasta que cerró los ojos”, dijo Del Monte, de 53 años. “Y luego recé una oración por los muertos, me cambié los guantes y continué mi ronda”.

La crisis se aceleró, las advertencias no fueron escuchadas

El brote de coronavirus en Italia es uno de los más mortales del mundo, y aunque los médicos y enfermeras del norte de Italia se han convertido en símbolos del sacrificio contra un enemigo invisible, los sacerdotes y las monjas también se han unido a la lucha. Especialmente en áreas profundamente infectadas como Bérgamo, están arriesgando y, a veces, dando sus vidas para atender las necesidades espirituales de los italianos más viejos y devotos que suelen ser los más afectados por el virus.

En toda Italia, el virus ha ocasionado el fallecimiento de casi 100 sacerdotes, muchos de ellos jubilados y especialmente vulnerables a un flagelo que se aprovecha de las personas mayores, ya sea en hogares de ancianos o monasterios. Avvenire, el periódico dirigido por la conferencia de obispos italianos, honra a los muertos con la etiqueta “Sacerdotes para siempre”.

Pero algunos curas también han caído en servicio y, en la misa del Jueves Santo, en medio de una basílica de San Pedro vacía, el papa Francisco los recordó.

“En estos días más de sesenta curas han muerto en Italia mientras se ocupaban de enfermos en los hospitales”, dijo el sumo pontífice que los llamó “los santos de la puerta de al lado, sacerdotes que ofrecen sus vidas por el Señor, sacerdotes que son servidores”.

Francesco Beschi, obispo de Bérgamo, dijo que había perdido 24 sacerdotes en 20 días, en una región donde más de 2 mil 600 personas han muerto por el virus según las cifras oficiales. Aproximadamente la mitad de los sacerdotes estaban jubilados, pero otros todavía se encargaban de las tareas pastorales.

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Algunos curas ofrecen consuelo en los grupos de WhatsApp, saludan desde las ventanas de los automóviles mientras les llevan comida a los enfermos, brindan los últimos ritos desde los marcos de las puertas de las habitaciones infectadas y usan equipos de protección personal mientras susurran oraciones y palabras de aliento en las camas de los hospitales.

Se quejan porque no pueden acercarse, porque lo último que tocan los fieles es un guante y, a menudo, la última cara que ven está en una pantalla. Con un virus que separa a las familias y los cónyuges a medida que ocasiona fallecimientos, los sacerdotes dijeron que también les dolía separarse de su rebaño cuando más los necesitaban.

Uno de ellos fue el sacerdote Fausto Resmini, de 67 años, que fue el capellán de la prisión de Bérgamo durante casi 30 años y fundó un centro para jóvenes con problemas. Sus compañeros sacerdotes dijeron que, en el transcurso del mes pasado, se contagió del virus. Resmini fue atendido en el hospital Humanitas Gavazzeni, donde Del Monte hace sus rondas, antes de morir el 23 de marzo.

Esos sacrificios no han disuadido a muchos otros sacerdotes de atender a los enfermos.

“Quedarse en casa es lo correcto”, dijo el reverendo Giovanni Paolini, de 85 años, en el centro de la ciudad italiana de Pesaro. “Pero soy un sacerdote y, a veces, es necesario infringir la ley para satisfacer las necesidades de las personas”.

El lunes, Paolini ofició el funeral de uno de los 15 miembros de una parroquia local que murió por el virus. Dice que usa el teléfono o las redes sociales cuando es posible para dar consuelo. Pero también se pone su máscara y equipo de protección para visitar a las personas mayores que le temen a la muerte y que, a menudo, están solas.

“Eliges esta vida para ser útil para los demás”, dijo.

Esos sacerdotes encarnan una visión de la Iglesia que es impulsada por Francisco, quien a menudo ha invocado la imagen de un hospital de campaña y los personajes de la obra maestra italiana “Los novios”, en la que los heroicos sacerdotes milaneses tratan desinteresadamente a los afectados por la plaga.

El 10 de marzo, Francisco oró en una misa matutina, “por nuestros sacerdotes, para que tengan el valor de salir e ir a visitar a los enfermos”.

Ese llamado parecía violar las restricciones que Italia adoptó ese mismo día para mantener a las personas en sus hogares con el fin de evitar la propagación del virus, pero un portavoz del Vaticano inmediatamente alegó que la apelación del Papa entendía claramente la necesidad de que los sacerdotes actúen “respetando las medidas sanitarias establecidas por las autoridades italianas”.

El cardenal Michael Czerny, un asesor muy cercano a Francisco, dijo que el pontífice parecía calmado pero que también estaba intensamente involucrado en la respuesta de la Iglesia al virus en los últimos días.

“Lo que lo hace más feliz son aquellos sacerdotes que no necesitan que se les diga pero que saben que eso es lo que deberían hacer”, dijo. “Si pudiera hacer lo que quisiera, él también estaría en primera línea”.

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