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Una caricatura del patriarcado: Feministas argentinas reinventan el tango

Foto: The New York Times
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Se establece protocolo para hacer que los salones de baile sean menos dogmáticos y más asertivos para la eliminación acoso y abusos sexuales Ernesto Landoño Los zapatos color rojo rubí de Liliana Furió recorrían la pista de baile con movimientos veloces y seguros, y sus pantalones holgados se movían suavemente de un lado a otro. … Leer más

Se establece protocolo para hacer que los salones de baile sean menos dogmáticos y más asertivos para la eliminación acoso y abusos sexuales

Ernesto Landoño

Los zapatos color rojo rubí de Liliana Furió recorrían la pista de baile con movimientos veloces y seguros, y sus pantalones holgados se movían suavemente de un lado a otro.

Ella y un joven ruso delgado eran el éxtasis encarnado, abrazados firmemente mientras giraban en sentido contrario a las manecillas del reloj junto con otras parejas en perfecta sincronía.

Sin embargo, era difícil saber quién dirigía a quién. Algunas parejas parecían estar perdidas en un abrazo amoroso, mientras que otras se balanceaban de un lado a otro, juguetonas.

Eso es precisamente lo que Furió tenía en mente cuando creó una fiesta semanal de baile que rompería todas las reglas del tango, la principal exportación cultural de Argentina.

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Furió comenzó a rentar lugares para el evento este año, y lo llamó La Furiosa. Es parte de una iniciativa de feministas argentinas para hacer que el tango sea menos patriarcal.

En el tango tradicional, los hombres invitan a las mujeres a bailar mediante un ademán sutil de la cabeza, conocido como cabeceo, con frecuencia desde el otro lado de la sala. En la pista de baile, el hombre afirma su control con una secuencia de movimientos, a menudo veloces, sacudiéndose y enredando las piernas. Los pasos pueden ser coquetos y sensuales, o incómodamente dominantes.

Sin importar si aman el baile o deben soportarlo, se espera que las mujeres usen vestidos de coctel, porten tacones altos y bailen series de cuatro canciones. Las bailarinas veteranas de tango dijeron que los periodos de 15 minutos pueden convertirse en una agonía cuando el abrazo de su compañero resulta sofocante, o cuando la mano de su colega baja más allá de su cintura.

Es un poco como un juego para saber dónde están los límites”, destacó Victoria Beytia, una entusiasta bailarina de tango que, junto con Furió, es parte de una coalición laxa de activistas conocida como el Movimiento Feminista del Tango.

En julio, el grupo estableció un protocolo para hacer que los salones de tango sean menos dogmáticos respecto de los roles de género tradicionales y más asertivos en cuanto a la eliminación del acoso y el abuso sexuales.

El protocolo proporciona lineamientos sugeridos para los organizadores de eventos de tango, entre ellos la aceptación de parejas que difieren de los roles heteronormativos. También ofrece una guía acerca de cómo manejar casos de acoso y abuso, y aconseja, por ejemplo, que les pidan que se retiren a los hombres acusados de mal comportamiento en la pista de baile.

El tango es un reflejo de lo que está ocurriendo en nuestra cultura, y durante mucho tiempo se ha permitido que los hombres te toquen cuando quieran y, si te quejas, te tachan de loca”, comentó Beytia.

Furió, una directora de documentales de 56 años, se familiarizó con el tango cuando era niña. Su padre, un estricto oficial militar de inteligencia que años más tarde sería sentenciado por delitos graves cometidos durante la dictadura argentina, hizo que ver ‘Los grandes valores del tango’, un programa semanal de televisión, fuese un ritual familiar obligatorio.

En su adultez, mencionó a asistir a salones célebres de tango en Buenos Aires conocidos como milongas. No obstante, su pasión por el baile se vio afectada por los rituales y los códigos de conducta que le parecieron sexistas y degradantes.

El tango argentino es producto de una confluencia de ritmos y tradiciones que se cruzaron en los siglos XVIII y XIX en distritos pobres de Buenos Aires, hogar de inmigrantes europeos, antiguos esclavos africanos y lugareños.

El tango, en un principio rechazado por las élites y la Iglesia católica, que lo consideraban un baile transgresor y obsceno, terminó por ser aceptado de manera generalizada conforme Argentina recibía una enorme oleada de inmigrantes a principios del siglo XX y Buenos Aires se convertía en una ciudad cosmopolita de renombre mundial.

Las letras de muchos clásicos del tango son tan dramáticas como el género, pues cuentan historias de amor apasionado, anhelo desesperado y traición. Sin embargo, muchas son odas explícitas al sometimiento de la mujer o la violencia física en su contra. Es perturbador escucharlas actualmente.

La canción ‘Amablemente’ cuenta la historia de un hombre que atrapa a su pareja en los brazos de otro. El amante es ignorado porque, como lo dijo el letrista Iván Diez: “El hombre no es el culpable en estos casos”. El hombre traicionado más tarde le exige a la mujer que le prepare una bebida, se inclina para besar su frente y “amablemente la apuñala 34 veces”.

No obstante, la historia del tango comenzó a ser objeto de escrutinio conforme el movimiento feminista argentino se volvió más visible y sólido. En 2015, una campaña para llamar la atención respecto de la violencia en contra de las mujeres unió a millones.

Soraya Rizzardini González, instructora de tango y miembro del Movimiento Feminista del Tango, quien ayudó a redactar el protocolo, expresó que, aunque las canciones que parecen condonar explícitamente la violencia quizá formen parte de la minoría, el tango siempre ha reflejado el sexismo estructural generalizado en Argentina.

Las primeras grabaciones cinematográficas del tango, dijo, presentan a mujeres que son tratadas como ‘muñecas de trapo’ en la pista de baile.

“Los roles de género están establecidos”, mencionó González. “Una persona dirige y la otra sigue”.

“El tango es una caricatura del patriarcado”, agregó.

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En la década de 1990, los argentinos homosexuales comenzaron a organizar colectivos de baile que acabaron con las reglas rígidas. En lo que inició como un entorno pequeño y clandestino que florecería, los aficionados al tango crearon espacios en los que las mujeres podían llevar la delantera y las parejas del mismo sexo podían alternar entre dirigir y seguir.

Un anuncio de lecciones queer de tango hizo que Furió lo reconsiderara en 2003. Después de haber salido del clóset recientemente, le pareció una idea fascinante.

“Implicaba poder apoderarme de un legado que es tan nuestro, pero que solo había sido accesible para un segmento de la población”, declaró. “Había algo muy subversivo al respecto”.

Conforme más mujeres se volvieron instructoras de tango, y enseñaron el baile de una manera más fluida respecto del género, las milongas de Buenos Aires comenzaron a aceptar a las parejas del mismo sexo, a las mujeres que dirigen a los hombres en la pista de baile y otras alternativas respecto de las convenciones.

Algunos aficionados del tango siguen completamente comprometidos con la tradición. Héctor Norberto Pellozo, quien dirige la milonga tradicional Los Cachirulos, insiste en que los invitados a su fiesta de baile se vistan de manera elegante y se apeguen a los rituales de cortejo en los que las mujeres deben esperar a que los hombres muestren su interés.

En una noche reciente, él y su esposa les dieron una bienvenida efusiva a invitados nuevos y frecuentes mientras él señalaba los lugares para los hombres y las mujeres en costados opuestos de la pista de baile. Pellozo se burló de la sugerencia de que el tango ha perpetuado la inequidad de género y permitido que los hombres abusen de las mujeres.

“Las mujeres saben cómo ganarse el respeto”, comentó. “El problema ahora es que las mujeres quieren dominar a los hombres”.

Pellozo dijo que, aunque respetaba a las personas homosexuales, la idea de que puedan participar en el tango era una blasfemia.

“Juntar el pecho con el de tu pareja de baile no es lo mismo que entre un hombre y una mujer”, opinó.

Después de que una vez la corrieron de una milonga de Pellozo por tratar de bailar con otra mujer, Furió no es aficionada de sus recintos. Pero parece que ella es quien ríe al último, pues hay más gente en La Furiosa.

“Quizá lo convertimos en algo fraternal y no necesariamente sensual”, mencionó.

Aun así, al ver cómo ella y sus invitados bailaban bajo la luz tenue de color rojo, mientras tocaba una banda en vivo, era fácil entrar en una suerte de estado hipnótico.

THE NEW YORK TIMES/FOR

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