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Que nos respeten para poder ser libres, pide mujer indígena

Foto: Roxana Romero
Foto: Roxana Romero

Cirila nunca hizo trabajos pesados. Su única herramienta de trabajo son sus manos y sus ojos. Mientras su vista sea buena, seguirá creando los bordados típicos de su comunidad Roxana Romero Cirila Vázquez borda una bolsa mientras espera a que los clientes lleguen. Aprendió a hacer artesanías desde que tenía ocho años en su comunidad … Leer más

Cirila nunca hizo trabajos pesados. Su única herramienta de trabajo son sus manos y sus ojos. Mientras su vista sea buena, seguirá creando los bordados típicos de su comunidad

Roxana Romero

Cirila Vázquez borda una bolsa mientras espera a que los clientes lleguen. Aprendió a hacer artesanías desde que tenía ocho años en su comunidad otomí, en el Municipio de Amealco, Querétaro. Cirila siguió la tradición que se daba en la mayoría de las familias de comunidades indígenas: no ir a la escuela y empezar a trabajar desde niños. Cirila está feliz de que sus dos nietas mayores ahora tengan la oportunidad de ir a la universidad.

Desde hace 15 años, la mujer que viste una blusa típica color azul, que contrasta con el rosa mexicano de su falda, decidió venir a la Capital para obtener más ganancias con la venta de sus artesanías. No sabe leer ni escribir, pero desde los ocho años de edad, cuando empezó a vender chicles, las matemáticas y los números se le dieron muy bien. “Del dinero no se olvida uno”, dice y suelta una risotada.

Cirila forma parte de las 24 mil 471 personas que hablan la lengua otomí en Querétaro, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y, a sus 59 años, todavía engrosa las estadísticas de analfabetismo en la entidad; aunque le hubiera gustado ir a la escuela, la necesidad económica la obligó a aprender a crear las muñecas otomíes, los bordados típicos para hacer caminos de mesa, servilletas y bolsas, productos con los que logró mantener a su único hijo, a quien decidió enseñarle español desde pequeño para que no sufriera lo que ella cuando era niña.

Ser mujer ha sido difícil, pero ser mujer indígena ha sido todavía más duro. Aun cuando se busca una mayor inclusión e igualdad en el país, Cirila cuenta que “como indígena sí nos discriminan, pero a veces también la gente se compadece de nosotros. A veces nos regalan algo, una torta, un pastelito, un café y las personas ven por uno. Pero a veces nos dicen vieja india”.

Para ella ser mujer es bonito, dice y, aun con la idea de que las mujeres deben quedarse en casa, su madre le enseñó a trabajar desde niña. Ahora, aunque a diario solo venda 100, 200 pesos o nada, viene cada fin de semana al Centro de Desarrollo Artesanal Indígena, pues como vendedora ambulante, pese a que gana más dinero, existe el riesgo de que los inspectores la corran.

Cirila nunca hizo trabajos pesados. Su única herramienta de trabajo son sus manos y sus ojos. Mientras su vista sea buena, seguirá creando los bordados típicos de su comunidad y seguirá pidiendo que como mujeres indígenas “nos respeten, que nos vean como mujeres para que podamos ser libres”, como sus nietas que pudieron estudiar una carrera.

  • 24 mil 471 personas hablan otomí en Querétaro.
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