Roberto Mendoza
Este viernes vamos a festejar otro aniversario de la lucha armada por la independencia de México. Lucha, identificada unilateral e injustificada por el actual gobierno, como la primera transformación de la vida pública del país. El presidente Andrés Manuel, en sus mañaneras, ha contado de diversas formas, pasajes de la historia de México, supuestamente con un corte didáctico. Muchos de esos pasajes han sido tergiversados y relatados sin rigor histórico, el presidente se ha nombrado a si mismo historiador. Desde el inicio de su mandato ha estado muy preocupado de implementar una narrativa sobre su gobierno, asegurando sólo con el sustento histórico de su ocurrencia, que su mandato es el inicio de una cuarta transformación de la vida pública del país.
Nuestra historia es caótica y en su mayoría triste, casi nada sabemos de las costumbres y la vida diaria de los aztecas, no sabemos de sus héroes, de la forma y maneras de la familia, de su estilo particular de amar, esa parte de nuestra historia nos fue arrebatada por el fanatismo religioso, por la negativa, justificada o no, de la comprensión de los rituales aztecas, por la visión de la moral y la religión española. El pueblo conquistado tuvo que asimilar una cultura ajena, sepultar costumbres e incluir nuevos miedos a su vida, quizá nunca sabremos de las noches de insomnio y de las lágrimas de los conquistados ante el temor de desobedecer a sus dioses y el nuevo terror de respetar a los nuevos.
La religión siguió unida al cambio de vida del país, fue la religión la que ayudó a los indígenas a abrazar una rebelión que inició con un grito, nada más dramático que eso, ese llamado se fortaleció con un estandarte de La Guadalupana, que dio legitimidad a la lucha, no era una lucha por una identidad nueva, ni para liberar a los indios, incluso ni para separarse de España, pues el propio Cura Hidalgo grito: “Viva nuestra Madre Santísima de Guadalupe. Viva Fernando VII y muera el mal gobierno…”. La lucha del cura era para que el rey Fernando siguiera como rey de España y de la Nueva España. Fueron los priistas los que crearon una narrativa que aprendió el actual presidente, donde el cura aparece como libertador. Incluso el presidente Obrador ha dicho que el cura Hidalgo debía ser reconocido como santo, algo que ni el cura quiso nunca, ni nadie que conozca algo de la historia de México lo ha pensado.
En principio, el presidente Obrador ya tiene un lugar en la historia, ¿cómo será recordado y cómo será juzgado por los verdaderos historiadores? El presidente no podrá dictar a los futuros investigadores que pensar y escribir sobre él, cada estudioso según su rigor y a la luz de sus acciones formará una tesis sobre el actual mandato. Las implicaciones de muchas de sus decisiones no podrán ser juzgadas de manera inmediata, habrá que dejar pasar años para poder valorar de manera global, interdisciplinaria e histórica el legado de esta administración, entre más pase el tiempo, más exacto será ese juicio y la profundidad del legado, sea este excelente, bueno, malo o desastroso.
¿Habrá sido congruente el presidente entre sus dichos y sus acciones? Algo ayudará a los historiadores, estudiosos de la política y la administración pública leer las notas periodísticas y de opinión que ahora se publican, por mucho que diga el presidente que los medios de comunicación lo atacan y él mismo los condene hoy, como nunca en la historia, las fuentes de información se pueden comparar, es casi imposible que se pueda ocultar la verdad. Somos todos, los que escribimos los pasajes de la historia a través de nuestras redes sociales, todos tenemos una cámara. Seremos nosotros los que en última instancia le estamos dejando un legado histórico a las nuevas generaciones. Y estoy seguro que el presidente será duramente evaluado por nuestras crónicas, experiencias y memorias cotidianas.