Alejandro Gutiérrez Balboa
De acuerdo a diversos análisis y estudios, para el año 2050 México podría convertirse en la octava potencia económica del mundo. La triste y cruda realidad es que esto ya no será posible. Las últimas disposiciones del Gobierno, en especial al expropiar una parte de las instalaciones de una línea ferroviaria en el sureste del país y usando personal de la Marina Armada de México, además de unos terrenos para comunicar el aeropuerto que no tiene vuelos, han dado al traste al futuro del país.
Independientemente de las acciones y represalias que sin duda ocurrirán a nivel internacional, toda vez que con la expropiación se afecta también a una empresa ferrocarrilera norteamericana, lo central del problema es la pérdida de oportunidad para el país de consolidar su crecimiento y posicionamiento a nivel global. Muy difícilmente habrá otra coyuntura tan favorable como la actual de ofrecer la alternativa de invertir en México a empresas internacionales que salen de China, el famoso ‘nearshoring’.
Con la medida del Gobierno, no solamente se diluye la posibilidad de nuevas inversiones, sino las ya existentes empezarán a migrar. ¿Quién quiere invertir en un país donde no hay seguridad jurídica? No decimos nada de la seguridad pública. La sombra de Hugo Chávez ordenando “exprópiese” a diestra y siniestra se yerga sobre México. Hay que mirarse en la catástrofe humanitaria venezolana, con la emigración de alrededor de 6 millones de personas, quienes han convertido ese país en el que más población ha perdido en los últimos años, más incluso que Siria.
Aun en caso de que la cordura se imponga y que el próximo año sea derrotado en las elecciones el grupo que se ha encaramado al poder, volver a recuperar la confianza tardará por lo menos 10 años y esto solo dando marcha atrás a todas las sinrazones ocurridas en este sexenio. Fortalecer las instituciones, restablecer el marco jurídico, así como aplicar y respetar la ley será imprescindible para aspirar a volver a crecer y mejorar los niveles de vida de los mexicanos.
El daño ya está hecho y se hace imprescindible que los principales afectados despierten y visualicen el abismo que se ha abierto. Porque amamos nuestras Fuerzas Armadas, no las queremos ver similares a las venezolanas. No queremos un país dividido como lo estuvo el tiempo posterior a la independencia y que nos costó más de la mitad del territorio; no queremos cada vez más corrupción ni promesas que resultan pura mentira. Ni Santa Anna le hizo tanto daño al país.