En la antigua Roma hubo un tiempo de reyes, pero los romanos, evolucionaron de darle el Imperium o dominio supremo a un sólo hombre para pasar a más manos, acotar los caprichos personales para organizarse en un sistema de voluntades y contra voluntades, llamado Senado. En momentos de peligro para la República, entendida está como la “cosa pública” o lo que nos afecta a todos, el mismo senado nombraba a un “Dictador” es decir a un miembro de asamblea en el que recaía todo el Imperium, con la idea de que pudiera tomar decisiones rápidas y no tuviera que discutir todo en todo momento, este poder era al mismo tiempo supremo, pero también temporal. ¿Cuándo el dictador dejaba el poder? Cuando terminaba la emergencia. Muchos lo hicieron, otros se convirtieron en tiranos. Algunos dictadores terminaron mal sus encargos, cómo le pasó en su momento a Julio César.
Respetar la Institucionalidad, es decir la temporalidad del ejercicio de este Imperium y ejercerlo con mesura y bajo el mandato de la comunidad, es una de las cuestiones que incluso se juran en varios estados del mundo; en México el presidente juramenta: “… guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere que la Nación me lo demande.” Este mismo juramento lo hacen los miembros del Congreso y los magistrados de la Suprema Corte, de manera que todos juran lo mismo, porque todos tienen una parte de este dominio supremo, dividido entre tres poderes. Nuestro gobierno al igual que muchos otros en la actualidad contiene varias mejoras a la evolución romana, nadie tiene el poder absoluto y actualmente el presidente ha dicho y ha demostrado que no lo quiere; se puede, en nuestra República, detener una violación a la constitucionalidad y confiando en las leyes también se puede detener una injusticia.
El presidente, por medio de sus dichos y a veces de sus actos, pareciera que quiere ser un dictador, le estorban los largos procesos administrativos y los requisitos legales que necesitan cumplir sus actos y acciones, incluso ha dicho que para estos la ley no debería ser la ley, porque sus decisiones, sólo por su voluntad le parecen más importantes y benéficas que lo que pudiera marcar la norma. Desde su punto de vista si existe un peligro que justifica su impulso cuasi tiránico, está en riesgo su entrada a la historia como el prócer que él siente, ya es.
Quizá sea un pequeño pudor o una pequeña integridad, pero el presidente se detiene, todavía; lo que no detiene son sus dichos, “su pecho no es bodega”, asegura es decir no se guarda nada y sin importar que sus dichos, frases y mensajes resuenen en cada uno de sus seguidores de múltiples maneras y provoquen múltiples acciones, él crea una narrativa que, en muchos sentidos, provoca hasta violencia. La falta de mesura también socava la institucionalidad y provoca que se debilite la de otros poderes, esta tendencia , este permiso que se otorga, se transfiere a senadoras, senadores, diputadas, diputados, magistradas y magistrados, gobernadores, secretarios de Estado, titulares de deportes, funcionarios de todas las dependencias y en todos los cargos, da lo mismo si es el titular o el policía de la entrada, si creen que tienen poder, lo ejercen ante cualquiera ¿Políticos y funcionarios mexicanos podrán ver a los ojos a sus hijas o hijos después de lo que dicen y hacen? ¿Se los demandará la Nación? ¿Qué lugar ocuparán en la Historia? Lo más preocupante es que esta “carta blanca” la retoma de manera literal, cualquiera que cree defender al presidente ¿Se les da permiso para la protesta violenta? ¿Para desear e insinuar la muerte y así llevar un ataúd a la puerta del trabajo de su adversario? ¿Cuándo nos perdimos?