La voz del vicario de Cristo
Prosiguiendo nuestro itinerario de la Catequesis con algunos modelos ejemplares de celo apostólico… recordemos que estamos hablando de evangelización, de celo apostólico, de llevar el nombre de Jesús, y hay muchas mujeres y hombres en la historia que lo han hecho de manera ejemplar. Hoy, por ejemplo, elegimos a san Francisco Javier, que es considerado, dicen algunos, como el más grande misionero de los tiempos modernos.
San Francisco Javier fue misionero durante once años más o menos. Los viajes en nave en aquella época eran durísimos, y peligrosos. Muchos morían en el viaje por naufragios o enfermedades. Hoy desgraciadamente mueren porque les dejamos morir en el Mediterráneo… Javier pasa en las naves más de tres años y medio, un tercio de la duración de su misión. En los barcos pasa más de tres años y medio, yendo a la India, y luego de la India a Japón.
Al llegar a Goa, en la India, la capital del Oriente portugués, la capital cultural y también comercial, Javier pone su base, pero no se detiene allí. Va a evangelizar a los pobres pescadores de la costa meridional de la India, enseñando catecismo y oraciones a los niños, bautizando y cuidando a los enfermos. Después, durante una oración nocturna ante la tumba del apóstol san Bartolomé, siente que debe ir más allá de la India. Deja en buenas manos el trabajo que ya había iniciado y zarpa con valentía hacia las Molucas, las islas más lejanas del archipiélago indonesio. Para esta gente no había horizontes, iban más allá… ¡Qué valor tenían estos santos misioneros! También los de ahora, aunque no van en barco durante tres meses, van en avión durante 24 horas, pero cuando llegan allí es lo mismo. Hay que estar allí, y recorrer tantos kilómetros, internarse en los bosques… Y Javier, en las Molucas, pone en verso y en el idioma local el catecismo y enseña a cantar el catecismo, que con el canto se aprende mejor. Por sus cartas entendemos bien cuáles eran sus sentimientos. Escribe: «Los peligros y los sufrimientos, aceptados voluntariamente y únicamente por amor y servicio de Dios nuestro Señor, son ricos tesoros de grandes consolaciones espirituales. ¡Aquí dentro de algunos años uno podría perder los ojos por demasiadas lágrimas de alegría!» (20 de enero de 1548). Lloraba de alegría al ver la obra del Señor.
Un día, en India, se encuentra con un japonés, que le habla de su lejano país, donde ningún misionero europeo había ido antes. Y Francisco Javier tenía la inquietud del apóstol, ir más lejos, más allá, y decide partir lo antes posible, y llega después de un viaje lleno de aventuras en el junco de un chino. Los tres años en Japón son durísimos, por el clima, las oposiciones y el desconocimiento de la lengua, pero también aquí las semillas plantadas darán grandes frutos.
El gran soñador, Javier, en Japón entiende que el país decisivo para la misión en Asia era otro: China, que con su cultura, su historia, su grandeza, ejercía de hecho un predominio en toda esa parte del mundo. También hoy, China es un polo cultural, con una gran historia, una hermosa historia… Por eso vuelve a Goa y poco después se embarca de nuevo esperando poder entrar en China. Pero su plan fracasa: muere a las puertas de China, en una isla, la pequeña isla de Sancián, frente a las costas de China esperando en vano poder desembarcar en tierra firme cerca de Cantón. El 3 de diciembre de 1522, muere en completo abandono, sólo un chino junto a él a velarle. Así termina el viaje terreno de Francisco Javier. Había envejecido, ¿cuántos años tenía? ¿Ochenta ya? No… Tenía solamente cuarenta y seis años, había pasado su vida en la misión, con celo. Dejó la culta España y llegó al país más culto del mundo en aquel momento, China, y murió ante la gran China, acompañado de un chino. ¡Todo un símbolo!
Su intensa actividad estuvo siempre unida a la oración, a la unión con Dios, mística y contemplativa.
MT