Mario Maraboto
Recientemente trascendió una carta firmada por académicos y ejecutivos de empresas de tecnología en la que advierten sobre la necesidad de pausar la investigación de la Inteligencia Artificial (IA) porque su desarrollo descontrolado es un “riesgo para la sociedad y la humanidad”. Los expertos manifiestan temor de que una IA incontrolable supere a los humanos.
El asunto me recordó dos temas relacionados: primero, que hace un año una de las grandes redes sociales desconectó dos de sus robots de inteligencia artificial, Alice y Bob, después de que comenzaron a hablar entre ellos en un idioma que inventaron; segundo, me trajo a la memoria a HAL9000 (siglas precedentes a las de conocida empresa de tecnología), la supercomputadora de la película “Odisea en el Espacio” (1968), dotada de ojos y oídos para gobernar una nave espacial utilizando inteligencia artificial, lo que le permitía interactuar con los humanos mediante el habla.
En la película, basada en una novela de Arthur C. Clark, HAL 9000 le plantea una duda al comandante de la misión, y se autointerrumpe maliciosamente para anunciar un supuesto fallo en una unidad de comunicaciones. Ello lleva a los astronautas a considerar que la computadora está fallando y piensan en desconectarla; HAL los escucha y empieza a tomar el control de la nave eliminando uno a uno a los astronautas hasta que el último de ellos consigue entrar en la sala que contiene las funciones principales de HAL, y conforme va extrayendo sus tarjetas de memoria, poco a poco se va desconectando hasta quedar inactiva.
Muchos podrán pensar que era futurista hablar de la IA en 1968. La realidad es que la conversación sobre la inteligencia artificial se inició con el trabajo “Computing Machinery and Intelligence” de Alan Turing (conocido como el Padre de la Informática) que se publicó en 1950 en el que se pregunta si las máquinas podrían pensar. Desde entonces la IA ocupa cada vez más sectores e interviene en muchas de nuestras decisiones y está presente en los asistentes personales en teléfonos inteligentes, en la conducción autónoma de automóviles y hasta en fábricas y hospitales.
Alice y Bob eran dos chatbots que, básicamente, podían responder algunas preguntas sencillas, pero sus creadores intentaron “enseñarles” a negociar. Usando un juego, los dos chatbots intercambiaron artículos virtuales de libros y revistas científicas, y probaron que podían hacer tratos con diversos grados de éxito, gracias a un software de inteligencia artificial y una interfaz cerebro-computadora. El problema fue que no fueron programados para sólo respetar las reglas del idioma inglés, por lo que desarrollaron su propio lenguaje para intercomunicarse.
A mediados de los años 80, una aerolínea trajo a México un robot que podía dialogar con los periodistas que lo rodeaban. En realidad quien lo conducía a control remoto unos pasos detrás, era quien respondía a través de la bocina dentro del robot. Hoy la tecnología nos presenta a Siri o Alexa, capaces de interpretar órdenes verbales y ejecutarlas y hasta responder preguntas y contar chistes o ChatGPT capaz de redactar artículos; ninguno de ellos, hasta ahora, es capaz de mantener diálogos sofisticados o profundos.
Dados los avances tecnológicos no sería extraño que en un futuro cercano la inteligencia artificial podría volverse más independiente y controlar cada vez más nuestra forma de vida. Por lo pronto, en México ya tenemos alguien que, sin inteligencia artificial (ni humana), ya controla la vida de millones de ciudadanos y pretende seguirlo haciendo durante varios años. Urge desconectarlo en los próximos periodos electores.