Roberto Mendoza
El dinero no compra la felicidad, afirmaba Aristóteles. Desde los tiempos de este filósofo el problema del dinero es un motor y una desgracia en la vida. El dinero es el motivante más importante, sin él no tendríamos grandes urbes ni avances tecnológicos, tampoco tendríamos grandes obras estéticas. Quizá sin la moneda, no existirían las guerras de la antigüedad y actuales, no habría desgracias por desear algo que muchos no tenemos. ¿Viviríamos en una utopía de gran simpleza? ¿La vida como la conocemos existiría? Sin el capital ¿Nuestra sociedad se hubiera extinguido con alguna pandemia? ¿Tendríamos una sociedad donde habría pocas cosas que nos movieran a hacer grandes cambios?
Somos diferentes por la forma en que procesamos nuestras experiencias y como resolvemos, cada quien, los problemas que se nos van presentando en la vida, muchos buscan y encuentran la forma de acumular dinero usando diversidad de métodos, algunos de manera tramposa y hasta violenta, otros tratando de no dañar a nadie. El dinero, para conservar su valor, es un ente escaso, finito; si unos tienen mucho y otros poco o nada es un problema.
El actual presidente ha tratado de solucionar este muy importante problema, pero desde una perspectiva simplista y hueca: si algunos mexicanos no tienen dinero, hay que dárselo, si otros tienen poco hay que darles un poco más, fin. Reproducir y acrecentar las ganancias no es parte de su plan.
Varias han sido las “estrategias” que ha propuesto: el salario mínimo ha roto muchos tabús y récords al pasar de 88 pesos a 207 pesos, es decir ha crecido más del 150 por ciento, las múltiples “becas” para los sectores más necesitados y las pensiones para adultos mayores; ninguna han resuelto el problema de la pobreza, así lo marcan las cifras del Coneval en este sexenio, por el contrario ha crecido la pobreza y la pobreza extrema en poco más del 2.5 por ciento, repartir dinero no resuelve en nada el principal problema, que es la distribución de la riqueza.
El presidente se dio cuenta que este problema no lo iba a poder resolver y se convenció de ellos en la pandemia ¿Qué hizo? Nada, en cambio, creció hasta hacer enorme un sentimiento: el resentimiento.
Para el presidente es imposible asumir la responsabilidad de esta derrota, alguien más debe hacerlo y quien mejor que las personas que de una u otra forma ganan mucho dinero, no los delincuentes, porque su gobierno ya tiene un pacto con ellos, se llama “abrazos no balazos”. Va en contra de personas que cree ganan el dinero de manera fácil, como periodistas y funcionarios públicos de primer nivel.
Para paliar el desastroso resultado de su “estrategia”, la culpa la tienen las personas en puestos a los que nunca va a poder acceder, simplemente porque para tener un nombramiento importante en algunos órganos especializados hay que preparase mucho, haber invertido horas, días y noches de estudio para lograr ser especialista, él no tiene esa disciplina. En el caso de los periodistas, es necesario investigar, ser curioso y sobre todo honesto, otros atributos de los que carece. El presidente transmite odio, frustración y resentimiento, porque sabe que su “solución” ha dado pésimos resultados y su lugar en la historia está comprometido, por eso miente, calumnia, agrede y difama. La mayor pobreza del presidente es en el área de las soluciones, tiene muchas ideas, pero poca capacidad para implementarlas, sobre todo porque no trabaja, se sabe que se levanta temprano para oír a su gabinete, esgrimir algún comentario, hablar en la mañanera, desayunar y después dormir, ese es su día. Gobernar, no sabe. A estas personas se les conoce como tontos con iniciativa, un presidente así, nos hace mucho daño y nos empobrece.