Juan: 14, 1-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, yo se lo habría dicho a ustedes, porque ahora voy a prepararles un lugar. Cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Y ya saben el camino para llegar al lugar a donde voy”.
Entonces Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.
Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Entonces por qué dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre”.
Reflexión
Hacia el Padre
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
Los Evangelios de hoy y del domingo próximo están sacados de las despedidas de Jesús según San Juan. Nos relatan algo de lo que Él dijo a sus apóstoles, inmediatamente antes de su Pasión y Muerte. Son, por eso, una especie de testamento de Jesús.
Preparan a los apóstoles para dos acontecimientos sobresalientes de la historia de salvación: la ida de Jesús el Padre en su Ascensión y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
Son los dos acontecimientos que también para nosotros son inminentes en estas semanas. Y a la vez son dos misterios de la fe que engranan profundamente en nuestra existencia personal: nuestra vida consiste en un ir hacia el Padre.
Y el Espíritu Santo es el gran guía y educador en este camino. Mientras el próximo domingo las lecturas alumbrarán al Espíritu Santo, hoy es destacada la ida al Padre.
¿De dónde venimos y a dónde vamos?
Ésta es una de las preguntas más esenciales de nuestra vida humana. Jesús hoy nos quiere dar la respuesta: “Yo me voy al Padre”. Y en otra oportunidad Jesús amplía todavía más su respuesta: “Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 1 6,28).
Dios Padre es punto de partida y a la vez meta de la vida, pero no solamente para Jesús, sino también para todos nosotros: “Yo voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo”.
Así estamos entrelazados con el destino de Cristo. ¿De dónde venimos? Tal como Él, en Él y con Él hemos salido del Padre y hemos venido a este mundo. ¿A dónde vamos? En Él y con Él vamos volviendo al Padre. Éste es el gran fin de nuestra vida
¿Pero, creemos realmente en esto?
¿Nuestra vida es un testimonio de esta fe? Da la impresión de que hasta los cristianos piensan que esta vida terrenal sea la única y la definitiva, que no existe otra vida en el más allá. Otros la viven como si no terminara nunca, como si no existiera la muerte.
Y entonces, lógicamente, se apegan con todo su ser a los valores y a las cosas de este mundo: bienes y riquezas, satisfacciones y placeres, poderes y poderosos – los tres ídolos: plata, placer y poder.
Y nadie piensa que todo esto es pasajero, que todo lo terrenal es transitorio: no podemos llevar nada de ello, un día tenemos que dejarlo todo.
Somos peregrinos en este mundo
Pues, ¿dónde está nuestra patria definitiva? Está en la casa del Padre, está en el corazón de Dios. Dios-Padre nos ha enviado, sólo por un tiempo muy breve, a esta tierra. Somos todos peregrinos extranjeros en este mundo. Y los pocos años que pasamos aquí abajo, son años vividos en tierra extraña.
Resulta que no hay nada puramente terreno que puede llenar y saciar nuestro corazón humano. Nuestro anhelo profundo es demasiado grande para este mundo. Solo Dios Padre es nuestro hogar. Todo lo demás es demasiado pequeño para nosotros. Nuestra hambre de felicidad únicamente será saciada en Dios y junto a Él.
Jesús, en el Evangelio de hoy, no nos dice sólo a dónde vamos, sino que nos muestra también el camino. Nos dice lo que debemos hacer para alcanzar la meta de nuestra vida: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.
MT