La voz del vicario de Cristo
Los contemplativos, los monjes, las monjas: gente que reza, trabaja, reza, en silencio, por toda la Iglesia. Y esto es el amor, es el amor que se expresa rezando por la Iglesia, trabajando por la Iglesia, en los monasterios.
Este amor por todos anima la vida de los monjes y se traduce en su oración de intercesión. Al respecto, quisiera traeros como ejemplo a san Gregorio de Narek, doctor de la Iglesia. Es un monje armenio que vivió entorno al año 1000, que nos ha dejado un libro de oraciones, en el cual, se ha derramado la fe del pueblo armenio, el primero en abrazar el cristianismo, un pueblo que, aferrado a la cruz de Cristo, ha sufrido tanto a lo largo de la historia. Y san Gregorio pasó, en el monasterio de Narek, casi toda su vida. Allí, aprendió a escrutar las profundidades del alma humana y, fundiendo poesía y oración, marcó la cima tanto de la literatura como de la espiritualidad armenia. El aspecto que más conmueve en él es precisamente la solidaridad universal de la que es intérprete. Y, entre los monjes y las monjas, hay una solidaridad universal: cualquier cosa que sucede en el mundo encuentra lugar en su corazón y rezan. El corazón de los monjes y las monjas es un corazón que capta como una antena, capta qué sucede en el mundo y reza e intercede por esto. Y, así, viven en unión con el Señor y con todos. Escribe san Gregorio de Narek: “Yo cargué voluntariamente todas las culpas, desde las del primer padre hasta las del último de sus descendientes” (Libro de las Lamentaciones, 72). Y, como hizo Jesús, los monjes toman, sobre ellos, los problemas del mundo, las dificultades, las enfermedades, tantas cosas y rezan por los demás. Y estos son los grandes evangelizadores. ¿Cómo es que los monasterios viven encerrados y evangelizan? Porque, con la palabra, el ejemplo, la intercesión y el trabajo cotidiano, los monjes son un puente de intercesión por todas las personas y por los pecados. Ellos lloran también con las lágrimas, lloran por sus pecados (todos somos pecadores) y también lloran por los pecados del mundo y rezan e interceden con las manos y el corazón hacia lo alto. Pensemos un poco en esta -permitidme la palabra- “reserva” que nosotros tenemos en la Iglesia: son la verdadera fuerza, la verdadera fuerza que lleva adelante al pueblo de Dios y, de aquí, viene la costumbre de que la gente, el pueblo de Dios, cuando encuentra a un consagrado, una consagrada, dice: “Reza por mí, reza por mí”, porque sabe que hay una oración de intercesión. Nos hará bien, si podemos, visitar algún monasterio porque, ahí, se reza y se trabaja. Cada uno tiene su propia regla, pero las manos siempre están ocupadas: ocupadas con el trabajo, ocupadas con la oración. Que el Señor nos dé nuevos monasterios, nos dé monjes y monjas que lleven adelante la Iglesia con su intercesión.
MT