La voz del vicario de Cristo
Un mártir es un testigo, uno que da testimonio hasta derramar la sangre. Sin embargo, enseguida en la Iglesia se usó la palabra mártir para indicar a quien daba testimonio hasta el derramamiento de la sangre. Es decir, en un principio la palabra mártir indicaba el testimonio dado todos los días, luego se utilizó para indicar al que da vida con el derramamiento.
Pero, los mártires no deben ser vistos como “héroes” que han actuado individualmente, como flores que han brotado en un desierto, sino como frutos maduros y excelentes de la viña del Señor, que es la Iglesia. En particular, los cristianos, participando asiduamente a la celebración de la Eucaristía, eran conducidos por el Espíritu a configurar su vida en la base de ese misterio de amor: es decir, sobre el hecho que el Señor Jesús había dado su vida por ellos y, por tanto, también ellos podían y debían dar la vida por Él y por los hermanos. Una gran generosidad, el camino de testimonio cristiano.
Hoy recordamos a todos los mártires que han acompañado la vida de la Iglesia. Estos, como ya dije tantas veces, son más numerosos en nuestro tiempo que en los primeros siglos. Hoy hay muchos mártires en la Iglesia, muchos, porque por confesar la fe cristiana son expulsados de la sociedad o van a la cárcel… Son muchos. El Concilio Vaticano II nos recuerda que «el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor» (Const. Lumen gentium, 42). Los mártires, imitando a Jesús y con su gracia, convierten la violencia de quien rechaza el anuncio en una ocasión suprema de amor, que llega hasta el perdón de los propios verdugos. Interesante esto: los mártires perdonan siempre a los verdugos. Esteban, el primer mártir, murió rezando: “Señor, perdónales, no saben lo que hacen”. Los mártires rezan por los verdugos.
Si bien son solo algunos a los que se les pide el martirio, «todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia» (ibid., 42). Pero, ¿esto de las persecuciones es cosa de entonces? No, no: hoy. Hoy hay persecuciones contra los cristianos en el mundo, muchos, muchos. Son más los mártires de hoy que los de los primeros tiempos. Los mártires nos muestran que todo cristiano está llamado al testimonio de la vida, también cuando no llega al derramamiento de la sangre, haciendo de sí mismo un don a Dios y a los hermanos, imitando a Jesús.
MT