Mario Maraboto
Decían los filósofos de la Grecia Clásica que las espadas pueden herir el cuerpo, pero las palabras pueden herir el alma. En efecto, nuestras palabras hacen más que transmitir información; su fuerza es tal, que pocas palabras se requieren para causar una profunda alegría o una honda tristeza; lo mismo pueden enaltecer que denigrar, motivar el amor y la comprensión, que el odio y la violencia; pueden producir heridas o profundizar las ya existentes.
Seguramente todos hemos escuchado que una imagen vale más que mil palabras y, aunque eventualmente puede ser cierto, lo realidad es que unas pocas palabras pueden llegar a demoler la integridad de una persona o de una institución, dependiendo de quién las diga y de su nivel de influencia. Las palabras son herramientas que pueden hacer la vida mejor, en tanto sean utilizadas para ello, pero hasta la mejor herramienta puede provocar destrucción. Pensemos en lo individual: ¿Estamos usando las palabras para edificar a las personas o para destruirlas? ¿Están cargadas de odio o de amor, de amargura o de bendición, de quejas o de elogios, de codicia o de amor, de victoria o de derrota?
Estas preguntas contienen palabras con connotaciones positivas y negativas que pueden contagiarse. Las palabras positivas nos enseñan a ver el lado favorable de las cosas y generan una energía positiva; por su parte, las palabras negativas comprimen, limitan el campo de visión de las cosas y generan energía negativa.
Seguramente todos conocemos a personas que saben cómo usar las palabras para alcanzar objetivos egoístas o malévolos, que hablan mucho mezclando ideas para generar confusión sin llegar a conclusiones lógicas y entendibles. Por lo general son personas con gran capacidad para capturar la atención de otros con base en mentiras, discriminación e insultos; emplean el poder para poner su mensaje por encima de los demás elevando el tono de las acciones con las que intentan respaldarlo y atacando e insultando a otros, especialmente a quienes les son opositores, para dar validez a sus palabras.
El pasado domingo, el historiador Enrique Krauze se refirió, en su columna, a una de estas personas, el actual presidente de la República, de quien dijo “Una de las especialidades de AMLO es el ataque ad hominem… El presidente azuza el linchamiento, como cuando se refiere a sus críticos como ‘enemigos del pueblo’ y exhibe sus datos personales (documentos fiscales, propiedades, fotografías, videos) para revelar su nivel económico, cuyo origen presenta como algo necesariamente oscuro, inconfesable.”
Luego recordó que el día anterior al atentado que sufrió el comunicador Ciro Gómez Leyva el presidente dijo que su noticiero podría producir tumores, en una afirmación de connotaciones negativas. De la misma manera, las palabras que durante cuatro años han salido de la boca de AMLO han desarrollado y multiplicado energías negativas que han exacerbado la violencia de sus seguidores en contra de quienes son vistos como “opositores” al régimen.
El 4 de junio de 2021, el actual presidente expresó: “Yo soy cristiano… lo que yo practico tiene que ver con Cristo, porque yo soy seguidor del pensamiento y de la obra de Jesús”.
Sería conveniente que ese “cristiano” recuerde las palabras de Cristo a los fariseos: “Raza de víboras, ¿cómo podéis vosotros hablar cosas buenas siendo malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas. Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado.» (Mateo 12, 34-37)