Mario Maraboto
En una ocurrencia más del gobierno de generar programas sin planeación, en octubre del 2020 entró en vigor en la República Mexicana la NOM 051 relativa al nuevo etiquetado en los productos de consumo alertando sobre altos contenidos de azúcares, grasas, sodio, calorías, etc. Al respecto, en aquella ocasión el actual presidente expresó: “No es solo prohibir, es orientar, informar, que tengamos información suficiente. Mucha gente no sabe el daño que puede causar un alimento industrializado”.
Ese nuevo etiquetado identifica con la palabra “Alto” el contenido de ingredientes “dañinos”, y se agrega al de “información nutrimental” en donde se especifica la cantidad de grasas, colesterol, carbohidratos, fibras, sodio, azúcares, hidratos de carbono, fósforo, zinc y otros elementos en cada producto.
El tema es que las etiquetas no establecen qué tan alto es el contenido y ni gobierno ni empresas explican al consumidor qué son las grasas trans o las grasas saturadas, cuántas kilo calorías (Kcal) son buenas, malas o necesarias para las personas de ciertos rangos de edad y condición física, o qué son y qué efectos pueden tener ciertas cantidades de elementos contenidos en los diferentes productos y bebidas y sus efectos en el organismo.
Al año de haber entrado en vigencia la NOM, una investigación realizada por Kantar, empresa líder mundial de datos, insights y consultoría, reveló que el 62% de los encuestados seguían consumiendo los productos a pesar de las nuevas leyendas y concluyó que el etiquetado no mostraba una afectación clara y concluyente en el mercado, ni aun cuando un producto tenga más etiquetas que otros. Por eso me causó gracia el video de una señora mayor de edad que, al ver las etiquetas sólo exclamó “me vale madre” y procedió a consumir (https://youtu.be/6QYcSVeB704).
A dos años sin que en realidad la mayoría de la gente sepa el daño en el consumo excesivo de algunos alimentos, infiero que el criterio de los consumidores sigue la misma tendencia y que no se han afectado los hábitos de consumo de los mexicanos, por lo que la mayoría de los productos con las nuevas etiquetas se siguen adquiriendo y consumiendo, y si acaso hay algún descenso en ello, no es por las etiquetas sino por la carestía.
La idea del nuevo etiquetado era prevenir enfermedades como obesidad, hipertensión y otras que luego pueden generar comorbilidad en otros males. Acorde con los criterios del actual gobierno y ante el desastre que ha generado en el sistema de salud, se decidió responsabilizar de las condiciones de salud a los productos industrializados y a los mismos consumidores. Olvidó la autoridad que hay otros productos que, consumidos en exceso, también generan enfermedades.
Un estudio del Lance Institute refiere que: ”El acceso cada vez mayor a productos de origen animal en los países de rentas bajas y medias está provocando un aumento de las enfermedades del corazón, diabetes, algunos cánceres y otras enfermedades.” Asimismo otro estudio revela que “el consumo de carne blanca, es decir, de pollo, conejo, pavo, lechón o cordero, aumenta los niveles de colesterol”.
El punto fino es el consumo en exceso, pero no lo ha sabido comunicar el gobierno. Hay mucha información pero no orientación; más allá de acciones para regular a la industria de alimentos y bebidas, crear impuestos, delimitar la publicidad o prohibir la venta, la comunicación de la salud debe tener un enfoque positivo y propositivo: informar sobre los beneficios que implica no presentar obesidad, fortalecer la autoestima y la satisfacción corporal.
En conclusión: No hay “alimentos chatarra”, sino “dietas chatarra” y así debería comunicarlo el gobierno.