Juan Carlos Sámano/El Segundo Aviso
Una de las formas de entrar a este mágico mundo del toro es a través de las Escuelas de Tauromaquia. La tradición y el origen de estas escuelas tienen cierta antigüedad, y sobre todo, mucha historia. Sin duda, han sido base para que muchos tuvieran la oportunidad de iniciarse de la mano de profesionales y poder lograr ese sueño tan anhelado de poder convertirse en “figuras del toreo”.
Se tiene el antecedente de que durante el reinado de Fernando VII, con la intención de complacer al pueblo, crea la primera escuela de tauromaquia, dándole el nombre de “Gimnasio de Tauromaquia”, iniciando bajo la dirección de Jerónimo José Cándido, siendo relevado casi de inmediato por el maestro de Ronda Pedro Romero. Esta destacada escuela tuvo una vida muy fructífera y a la vez efímera. De ella surgen grandes figuras como Paquiro y Cúchares, pero en 1834 a la muerte del soberano, es cerrada de manera oficial.
Sin embargo, una de las más reconocidas y de mayor renombre, es la que se fundó en la ciudad de Ronda, ciudad que es reconocida como “la cuna del toreo”.
A inicios del Siglo XVII, un toro derriba a un maestrante al estarlo alanceando, procediendo Francisco Romero a hacerle el quite con un pañuelo blanco que llevaba en la mano salvando la vida del caballero.
En esa época el mismo Francisco Romero inicia y perfecciona el arte de manejar al toro utilizando una “muletilla”. De ahí se implementa el toreo a pié por todo el país. Juan Romero, hijo de Francisco, incorpora picadores y banderilleros y organiza las cuadrillas. Juan tuvo 4 hijos, todos toreros, entre ellos Pedro, quien marca definitivamente un estilo de torear muy parecido al de nuestros días, creando y consolidando la muy conocida “Escuela Rondeña”.
Dentro de este tema, no podemos omitir una especial referencia a esa dinastía encabezada por “El niño de la Palma” y continuada por su descendencia, la cual se mantiene al día de hoy en primera línea con Francisco Rivera Ordóñez, hijo de Paquirri y nieto del maestro Antonio Ordóñez.