Mateo: 17, 1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno sería quedamos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman”.
Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”.
Reflexión
Escúchenlo
Padre Jesús Antonio Weisensee
La Transfiguración es uno de los pasajes más expresivos para conocer la identidad del
Señor Jesús y a su vez para saber la actitud que debemos tener en relación a Él. A su vez, nos coloca en un aspecto que siempre debemos estar atentos, como es la actitud de Pedro, como es la de querer instalarse acomodándose donde uno está bien, olvidándose que la fe cristiana, es por esencia, misionera, donde la experiencia personal debe ser algo que se transmita y se comunique.
Es significativo que Jesús lleve a Pedro, Santiago y Juan(Mt 17,1b) a presenciar su
manifestación en el Tabor, donde junto a Moisés y Elías(Mt 17,3), Él se da a conocer. Resulta elocuente el hecho que Jesús manifieste su gloria juntamente a los dos representantes más significativos del Antiguo Testamento como son Moisés (el legislador) y Elías (el profeta), ambos referentes de la fe de Israel. Y es en ese momento donde el Padre da a conocer la identidad de su HIJO, así como lo había hecho en el Bautismo(Mt 4,17), aquí nuevamente manifiesta la filiación del
Señor, diciendo: “…este es mi HIJO, el amado, al que miro con cariño…”(Mt 17,5a).
La diferencia con la manifestación del bautismo es que aquí, el Padre se dirige ya no a Jesús como lo hizo en su bautismo, cuando el Espíritu Santo se posó sobre Él en forma de paloma, sino que en esta oportunidad se dirige a los discípulos, como que el mensaje ya no tiene como destinatario a Jesús, sino a los que lo siguen, para confirmar la identidad y el mensaje del Señor, de ahí, la exhortación: “…escúchenlo…”(Mt 17,5b).
Si el Señor a lo largo de su vida pública se ha dado a conocer como Aquel que ha venido a
llevar la ley a su plenitud, aquí es el Padre quien lo está habilitando y dándole credibilidad, invitando que sus palabras se vuelvan estilo de vida para los que lo siguen, de ahí la invitación: “…escúchenlo…”(Mt 17,5b). Esto que estaba dirigido a los discípulos, es hoy el proyecto para nosotros, que como seguidores del Señor, nuestro proyecto de vida lo encontramos en Él, en sus enseñanzas, en su manera de ser, en sus actitudes, donde vemos realizado el proyecto de vida que debemos vivir. Por lo tanto, la orden del Padre, debe ser estilo de vida para nosotros.
En este contexto, la actitud de Pedro, que expresa lo bien que se encuentran ahí, donde conocen plenamente la identidad del Señor, donde lo ven en su realidad plena, juntamente con la manifestación de Moisés y Elías, como anticipo de la gloria futura, de ahí que diga:”…¡qué bien que estamos aquí!…” (Mt 17,4b). Esto que en sí es una constatación de lo que puede significar la revelación del Señor es algo positivo, lo negativo viene después cuando Pedro quiere quedarse en ese lugar, instalarse, acomodarse, desentenderse de los demás, es así que diga: “…hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra Elías…”(Mt 17,4c). Una situación como ésta viene a ser paradigmática, pues nos lleva a tomar conciencia que el seguimiento del Señor, nunca es algo que se acaba en una experiencia personal, sino que siempre implica el testimonio y la misión.
Un pasaje así, nos ayuda a confirmar aún más la dimensión del seguimiento al Señor, para seguirlo con convicción, con entrega, con toda confianza, teniendo la garantía que el Padre nos ha dado a su respecto, haciéndonos ver que Él es su HIJO amado. A su vez, aquí vemos la manera en que lo debemos seguir, por eso, la exhortación del Padre, se vuelve estilo de vida para nosotros, cuando nos ordena: “…escúchenlo…”. Por eso, no podemos llamarnos cristianos, si no tenemos ese referente imprescindible como es escuchar al Señor por medio de su Palabra, para conocerlo y así seguirlo, dando testimonio de Él.
MT