Mateo: 4, 1-11
En aquel tiempo, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer y, al final, tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: “Si tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está escrito: Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna”. Jesús
le contestó: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.
Luego lo llevó el diablo a un monte muy alto y desde ahí le hizo ver la grandeza de todos los reinos del mundo y le dijo: “Te daré todo esto, si te postras y me adoras”. Pero Jesús le replicó: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”. Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles para servirle.
Reflexión
Las tentaciones
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
El Evangelio que acabamos de oír nos cuenta, en forma condensada y simbólica, las luchas de Jesús por permanecer fiel a su misión. Reflexionaremos sobre sus tres tentaciones y descubriremos que son las nuestras también.
La primera tentación podríamos llamar la tentación del consumo: “Di que estas piedras se conviertan en pan”. Es decir, si quieres, puedes dar de comer a todos los hombres. Sufren, tienen hambre, no tienen trabajo – puedes asegurarles el bienestar material que desean. Puedes hacer milagros, el “milagro económico”.
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Pero Jesús no nos pide que nos desinteresemos de los bienes temporales. En el Padre Nuestro nos hace pedir: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Hay que luchar por el pan de cada día. Hay que luchar por nosotros y por todos los hombres.
Lo que el Señor nos pide aquí es luchar contra la alienación del consumo y contra la ilusión de creer que la felicidad del hombre coincide con la meta del consumo.
Tenemos hambre de pan, hambre de cosas materiales. Pero, ¿tenemos también hambre de Dios?
La segunda tentación de Jesús es la tentación del poder, la tentación de utilizar la fuerza de su Padre en provecho personal. Pero Él la rechaza: “No tentaréis al Señor, tu Dios”. Es decir: no le exigirás a Dios que se ponga a tu servicio. Tú eres quien ha de servirle. La fuerza de Jesús consiste en ponerse plenamente a disposición de su Padre, para servir a los hermanos.
Nosotros no nos libramos de la tentación de utilizar a Dios, de ponerlo a nuestro lado, es decir, de meterlo en “nuestro bolsillo”. ¡Cuántas veces, a través de la historia, grupos humanos, naciones, gobiernos, ejércitos o partidos políticos han intentado aprovecharse de los cristianos, de la Iglesia, de Dios, para llevar a cabo sus propios proyectos!
Y nosotros mismos, ¿no rezamos muchas veces el Padre Nuestro al revés: “Padre nuestro que estás en el cielo, hágase mi voluntad”. Es decir, nos colocamos en el centro, nos hacemos dios, en el lugar de Él. ¡Y cuántos hombres se apartan así de Dios, porque Dios no les ha obedecido!
La tercera tentación es la tentación de la idolatría. Tal vez pensemos: esta vez no me toca, son los paganos los que adoran a los ídolos.
Pero también en nuestro mundo de hoy hay montones de ídolos levantados: Desde el gran ídolo del dinero que adoramos todos más o menos, aunque luchemos por derribarlo de su pedestal. Hasta la multitud de ídolos ante los cuales nos prosternamos diariamente: el paquete de cigarrillos, o la buena comida, o el televisor, o la moda, o nuestro cuerpo, o también nuestras ideas o proyectos.
Todos esos dioses de recambio hacen que poco a poco, y quizás sin darnos cuenta, vivamos inclinados o postrados – incapaces de levantarnos, de vivir de pie, de poder prosternarnos libremente ante el único Dios.
Queridos hermanos, el Espíritu Santo nos conduce a nosotros también, al desierto. Porque hemos venido a esta Eucaristía, porque en ella Jesús nos habla a través de su Evangelio. Y nos pregunta a cada uno:
- ¿Por qué tipo de felicidad estás luchando?
- ¿Qué mundo estás construyendo?
- ¿Eres “explotador” de Dios, o eres su servidor y servidor de tus hermanos?
Meditemos un momento en silencio.
MT