Sergio Arellano/Asesor en Derechos Humanos
@siarellano5
En el deslumbrante Teatro de la República con sede en Querétaro, se llevó a cabo la conmemoración de la promulgación de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos de 1917. En dicha eventualidad, se evidenció la importancia de una Carta Magna, no solo desde un espectro jurídico sino político.
Bien decía el Dr. Diego Valadés que pueden implementarse una serie de reformas constitucionales con enfoque pro persona, sin embargo, el interés del ente político que se concentra en el poder ejecutivo y legislativo, siempre será un elemento a considerar.
En esta sintonía, estimada o estimado lector, me gustaría destacar la lejanía institucional existente entre el Presidente de la República, el Congreso y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ya que en el evento solemne del pasado fin de semana, causó molestia que el Lic. Andrés Manuel López Obrador, sentara a los extremos del recinto a las y los representares de los poderes de la unión; lejos de una falta de protocolo, podemos adelantar que el engrane de pesos y contrapesos, está sujeto a la voluntad de una sola figura.
Tal imposición representa un riesgo para todas y todos los mexicanos bajo la óptica de que los poderes fácticos, continúan coaccionando el desempeño de la administración pública. Por lo anterior, ¿realmente se conmemoró este aniversario? O en su defecto fue una simulación de un acto cívico, tradicional, que reunió un conjunto de líderes que no concuerdan con las ideas del mandatario en turno. Una pregunta que resulta compleja dado que el proyecto original de la constitución de 1917, tiene sus raíces en el puñado de disidencias y postulados individualistas.
No obstante, nuestros representantes, tienen que acotarse al contenido constitucional protector de derechos humanos para coadyuvar en una mejor calidad de vida a los gobernados; escenario que no está sujeto a debate.