Mario Maraboto
Una de las palabras favoritas del presidente López es “politiquería”, término que cada vez emplea con mayor frecuencia frente a diversas situaciones que no son de su agrado aunque sean legítimas.
Ha hablado de politiquería ante: las protestas por los asesinatos de periodistas, el reclamo por la falta de medicamentos, críticas a sus funcionarios favoritos como López Gatell, las presiones para vacunar a los niños, la solicitud de despido de una funcionaria en el caso de los mineros muertos en El Pinabete.
Recientemente la utilizó en contra de: la Universidad Nacional y el Rector de la misma para defender a la Ministra de la Suprema Corte acusada de plagiar su tesis; el INE por su rechazo al “Plan B” de reforma electoral; quienes impidieron el ingreso de soldados armados a la sede del Congreso; los críticos a la precandidata de Morena al gobierno del Estado de México, y para estigmatizar a quienes cuestionaron la dogmatización que se busca con los libros de texto.
Aristóteles dijo que el hombre es un animal político (lema de mi querida Facultad de Ciencias Políticas y Sociales). En efecto, el ser humano se organiza en sociedad a partir de un modelo político basado en ideas, principios y costumbres. Quienes ejercen actividad política pueden hacerlo con dos enfoques posibles en función de la sociedad: para servir a la ciudadanía a la que representan, o con criterios ruines y mezquinos, convirtiendo la política en politiquería, regida por intereses ilegítimos e innobles (clientelismo, corrupción, nepotismo, abuso de poder, etc.).
El presidente (egresado de la misma Facultad) bien sabe lo que significa tal palabra pues gran parte de su formación política se ha desarrollado en torno a dos de las acepciones que la Academia de la Lengua establece para el término politiquear: “Tratar de política con superficialidad o ligereza”, “Hacer política de intrigas y bajezas”. Eso implica ser politiquero (ser “grillo”), es decir, hacer de la política una práctica despreciable y cargada de deshonestidad para satisfacer intereses propios o de grupo. Así llegó al poder y opera: con intrigas, bajezas y tratando a la política con superficialidad, para beneficio propio.
No hay mañanera en la que no haga politiquería: miente, exagera, enjuicia, habla mucho e informa poco. tolera la corrupción de sus allegados y sentencia con índice de fuego las de “los conservadores”; critica los dispendios de funcionarios del pasado (muchos de los cuales están ahora con él) pero perdona y justifica los de sus allegados; denuesta a los periodistas, pero abraza a los criminales; todo lo que le sale mal es por un complot que busca lastimar su gobierno (no importa que en ello se vaya la vida de muchos ciudadanos). Eso sí es politiquería. Por ello, y por su ineficacia e incompetencia es continuamente cuestionando y sus dichos y decisiones son continuamente criticados.
Con la enorme ligereza con la que un grillo de tiempo completo ve la política, el Presidente se refiere como politiquería a todo lo que sucede en la política nacional que va en contrasentido de su voluntad. La realidad es que en México mucho de lo que sucede es mera politiquería, pero generada por él. Se refiere a ella para describir algo inconsecuente, para reducir lo que ocurre a intrigas de poca monta mientras su gobierno intenta llevar a cabo lo que supuestamente será la cuarta transformación de México.
En efecto, el presidente López tiene razón: hay mucha politiquería alrededor de lo que pasa en nuestro país, pero él es el que mayor y mejor uso le da a esa politiquería.