Según la Encuesta Nacional del INEGI (sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH), en México, se estima que existe una población de 84.1 millones de usuarios de internet y que los mexicanos pasan 4.8 horas en promedio conectados a internet.
Además, señalan que el 25% de los usuarios de internet tienen entre 6 y 11 años. Sin negar las bondades del internet o de las redes sociales, los riesgos que representan son graves y en ocasiones somos poco conscientes de ellos.
Por un lado, la niñez es un sector poblacional vulnerable ante una posible adicción al internet y las redes sociales, pues su cerebro se encuentra en desarrollo, y el abuso en el uso de dispositivos que los conectan a la red, suele dificultarles un sano descanso y reduce su capacidad de concentración, pues su mente se queda apegada a los contenidos vistos, incluso horas después de desconectarse, y sienten la necesidad de volverse a conectar para dar continuidad a dichos contenidos.
El riesgo para los padres es que sus hijos pueden experimentar comportamientos negativos en su conducta, como enojo, violencia, retraimiento y diferentes vicios en su interrelación social, ya que, su prioridad es el uso de dispositivos móviles y pierden estima por cualquier otra cosa, incluso por juegos o deportes.
Por otro lado, también padres y madres suelen pasar mucho tiempo conectados, lo cual afecta sus relaciones familiares, teniendo un particular impacto en los hijos, sobre todo durante su infancia, los cuales, a su vez, ocupan mucho tiempo en videojuegos o redes sociales.
De acuerdo con Alejandra Corona, autora del libro “Huérfanos Digitales”, este concepto se basa en el exceso de conectividad por parte de madres y padres de familia, dejando espacios de indiferencia, silencio y ausencia en la convivencia familiar, afectando las emociones, autoestima y desarrollo de niñas, niños y adolescentes.
Y cuando se conjugan ambas cosas, la adicción infantil al internet, y la orfandad digital, nos encontramos ante una tormenta perfecta, una generación que crecerá enojada, indiferente, insensible, con pocas competencias educativas y, lo peor, que no se desarrollarán integralmente, sin nadie que los ayude a cambiarlo.
La solución está en todos, todos podemos hacer algo por cambiar esta realidad, desde nuestras diferentes esferas, pero, sin lugar a duda, los primeros que debemos ser conscientes y enfrentar ambos problemas, somos los padres y madres de familia o quien tenga a su cuidado a menores de edad.
Si no lo hacemos, nuestro futuro está comprometido y miles de seres humanos crecerán sin felicidad, sin empatía y con poca funcionalidad social.
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