La voz del vicario de Cristo
El número pasado reflexionamos sobre Jesús modelo del anuncio, sobre su corazón pastoral siempre dirigido a los demás. Hoy nos fijamos en Él como maestro del anuncio. Veamos entonces en qué consiste este primer anuncio. Se pueden identificar cinco elementos esenciales.
El primer elemento es la alegría. Jesús proclama: «El Espíritu del Señor sobre mí, […] me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (v. 18), es decir un anuncio de leticia, de alegría. Buena Nueva: no se puede hablar de Jesús sin alegría, porque la fe es una estupenda historia de amor para compartir. Testimoniar a Jesús, hacer algo por los otros en su nombre, es decir entre las líneas de la vida haber recibido un don tan hermoso que ninguna palabra basta para expresarlo. Sin embargo, cuando falta la alegría, el Evangelio no pasa, porque este ―lo dice la palabra misma― es buena nueva, y Evangelio quiere decir buena nueva, anuncio de alegría. Un cristiano triste puede hablar de cosas muy hermosas, pero todo es vano si el anuncio que transmite no es alegre. Decía un pensador: “un cristiano triste es un triste cristiano”: no olvidar esto.
Vamos al segundo aspecto: la liberación. Jesús dice que ha sido enviado «a proclamar la liberación a los cautivos» (ibid.). Esto significa que quien anuncia a Dios no puede hacer proselitismo, no, no puede presionar a los otros, sino aligerarlos: no imponer pesos, sino aliviar de ellos; llevar paz, no llevar sentimientos de culpa. Cierto, seguir a Jesús conlleva una ascesis, conlleva sacrificios; por otro lado, si cualquier cosa hermosa lo requiere, ¡mucho más la realidad decisiva de la vida! Pero quien testimonia a Cristo muestra la belleza de la meta, más que la fatiga del camino. Nos habrá sucedido contarle a alguien sobre un bonito viaje que hemos hecho. Por ejemplo, habremos hablado de la belleza de los lugares, de lo que hemos visto y vivido, no del tiempo que tardamos en llegar ni de las colas del aeropuerto, ¡no! Así cada anuncio digno del Redentor debe comunicar liberación. Como el de Jesús. Hoy hay alegría, porque he venido a liberar.
Tercer aspecto: la luz. Jesús dice que ha venido a traer «la vista a los ciegos» (ibid.). Llama la atención que, en toda la Biblia, antes de Cristo, nunca aparece la curación de un ciego, nunca. De hecho, era un signo prometido que llegaría con el Mesías. Pero aquí no se trata solo de la vista física, sino de una luz que hace ver la vida de forma nueva. Hay un “venir a la luz”, un renacimiento que sucede solo con Jesús. Si lo pensamos, así empezó para nosotros la vida cristiana: con el Bautismo, que antiguamente se llamaba precisamente “iluminación”. ¿Y qué luz nos dona Jesús? Nos trae la luz de la filiación: Él es el Hijo amado del Padre, viviente para siempre; y con Él también nosotros somos hijos de Dios amados para siempre, a pesar de nuestros errores y defectos.
Cuarto aspecto del anuncio: la sanación. Jesús dice que ha venido «para dar libertad a los oprimidos» (ibid.). Oprimido es quien en la vida se siente aplastado por algo que sucede: enfermedades, fatigas, angustias, sentimientos de culpa, errores, vicios, pecados… Oprimidos por esto: pensemos, por ejemplo, en los sentimientos de culpa por eso, por lo otro… Lo que nos oprime, sobre todo, es precisamente ese mal que ninguna medicina o remedio humano puede resanar: el pecado. Y si uno tiene sentido de culpa por algo que ha hecho, y este se siente mal… Pero la buena noticia es que con Jesús este mal antiguo, el pecado, que parece invencible, ya no tiene la última palabra.
Una última cosa: esta buena nueva, que dice el Evangelio, está dirigida «a los pobres» (v. 18). A menudo nos olvidamos de ellos, sin embargo, son destinatarios mencionados explícitamente, porque son los predilectos de Dios. Acordémonos de ellos y recordemos que, para acoger al Señor, cada uno de nosotros debe hacerse “pobre dentro”. Con esa pobreza que hace decir: “Señor necesito perdón, necesito ayuda, necesito fuerza”. Esta pobreza que todos nosotros tenemos: hacerse pobre dentro. Se trata de vencer toda pretensión de autosuficiencia para saberse necesitado de gracia, y siempre necesitado de Él. Si alguien me dice: Padre, pero ¿cuál es la vía más breve para encontrar a Jesús? Hazte necesitado. Hazte necesitado de gracia, necesitado de perdón, necesitado de alegría. Y Él se acercará a ti.
MT