Alejandro Gutiérrez Balboa
Al finalizar 2022, el mundo no es un lugar mejor y varios conflictos asoman amenazando los frágiles equilibrios que se habían mantenido hasta ahora. Por desgracia, varios conflictos de ruptura se asoman a nivel planetario.
Lo primero que hay que decir es que han fallado los líderes. Los gobiernos, como el norteamericano, la mayoría de los europeos y particularmente en América Latina, han dejado mucho que desear en cuanto al bienestar de la población que gobiernan, la seguridad en las alianzas y la contención adecuada de los principales factores problema.
Al breve periodo de Trump le sucedió un hombre anciano, gris y carente de un proyecto alternativo eficaz. Como resultado, el liderazgo norteamericano se encuentra en franca declinación alrededor del mundo.
En Europa, la pugna derivada del ascenso de gobiernos populistas (lo mismo de derecha que de izquierda), aunado a la corrupción de muchos de ellos, han minado lo mismo su propio liderazgo que la necesaria unión frente a las continuas agresiones rusas. El Brexit alejó a Gran Bretaña de su tradicional rol protagónico y de su necesaria asociación con los países europeos.
Por otra parte, la bomba de tiempo en los Balcanes, al igual que el rol en solitario que pretende seguir Turquía, deja un polo abierto de posibles conflictos en lo inmediato.
A Rusia no le ha ido mejor. Atascados en Ucrania y evidenciados sus crímenes de guerra, no se vislumbra un final rápido ni feliz. Todas las demás posturas y amenazas de su Gobierno no son más que bolas de saliva que no podrán detener la crisis interna y el hartazgo por una guerra cada vez más desgastante y de crecientes pérdidas en vidas y material.
En América Latina, los populismos no lograron detener el enorme deterioro económico, político y social de las poblaciones, pero tampoco su afianzamiento entre las masas, cada vez más decepcionadas de unos resultados muy lejanos a lo que se les prometió. Los soportes de los modelos cubano y venezolano colapsan y ya no inspiran a nadie. El empobrecimiento general provocado en Bolivia, Argentina, Perú, Colombia y México apuntan al fracaso del modelo y a su pronta sustitución. Por desgracia, enfrentamos otra década perdida en Latinoamérica.