Lucas: 18, 1-8
En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola: “En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decide: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.
Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’ “.
Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?”.
REFLEXIÓN
ORACIÓN
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
El Evangelio, así como la primera lectura de hoy (Éxodo 17,8-13), llaman nuestra atención sobre la eficiencia de la oración perseverante. En la lectura del Antiguo Testamento Dios hace triunfar al ejército israelita por medio de la intercesión de Moisés durante toda la batalla. En el Evangelio, Jesús nos enseña la necesidad de orar sin desfallecer, por medio de la parábola del juez y la viuda.
Porque si ya un juez inicuo hace justicia a la viuda para que deje de importunarlo, cuánto más Dios, que es justo, escuchará a los ruegos de sus elegidos. Me parece que estos textos nos invitan a reflexionar, un poco, sobre nuestra vida de oración.
No se puede separar nuestro rezar de nuestra vida cristiana; siempre van juntos. San Agustín expresa esta relación interior entre vida de oración y vida cristiana de la siguiente manera: “Quien reza bien, vive bien”. Y por el contrario se puede decir: Quien reza mal, vive mal. También Santa Teresa, explica: “Para mí siempre es lo mismo: rezar y encontrar el camino hacia Dios”. Quien, por eso, no reza, no encontrará nunca el camino hacia Dios. Así entendemos, por qué muchos de nuestros contemporáneos no viven como cristianos, no tienen una relación personal con Dios. Ellos no se esfuerzan por orar. A estos hombres, San Alfonso les dice una palabra muy dura: “Quien no reza, quien deja de rezar, no debe ser condenado, porque ya está condenado”. Aún cuando no perdamos nunca la esperanza de salvación para esos hombres, sin embargo sentimos que la oración es absolutamente necesaria para un cristiano vital.
¿Qué es, pues, rezar? Rezar, simplemente dicho, es hablar personalmente con Dios, hablar de persona a persona con Él. Nuestra oración es impersonal, cuando sólo es una repetición sin reflexión, cuando sólo es un mover de los labios, cuando no hay interés interior en lo que decimos exteriormente.
Así dice Isaías: “Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí”. (Is 29,13 – Mt 15,8) Rezar personalmente, por el contrario, es tener un diálogo con Dios, una intercomunicación vital entre Dios y yo. Hablo con Él, como con una querida persona humana; hablo sobre mis intereses personales y familiares, y también sobre los intereses de Dios. Todo lo que personalmente experimento, siento, deseo, sufro; todo se lo digo a Él. De tal manera me uno a Dios en la oración con todo mi ser, toda mi vida, toda mi alegría, todos mis problemas. Así nuestro orar quiere ser como un hablar con toda naturalidad, o como nos enseña Santa Teresita – un “charlar espontáneamente” con el Dios personal.
Rezar, en este sentido, toma al hombre entero, sobre todo su corazón. Porque la oración verdadera se entiende también como un diálogo de corazón entre Dios y el hombre. Hay un proverbio que dice: Mejor es rezar con mucho corazón y pocas palabras, que con muchas palabras y poco corazón. Porque rezar con el corazón es signo de un amor maduro y de una vinculación profunda a Dios.
MT