Mario Maraboto
Durante la noche del grito de Independencia en la Plaza de la Constitución (Zócalo) de la Ciudad de México, vi a través de la transmisión televisiva, a un presidente enojado, nada efusivo, con cara de pocos amigos. Mientras su esposa trataba de moverse al ritmo de la música que se escuchaba, él permanecía estático y con la mirada perdida.
Ese fin de semana se especuló en las redes sociales que AMLO estaba enfermo, por lo que, en su show mañanero del lunes 19, aclaró: “Todo el fin de semana hubo una campaña acerca de que estaba yo enfermo, de que estaba yo a punto de irme al otro mundo… pues ya saben que estoy chocheando…”. Luego de lo cual reconoció ser el presidente de más edad en la historia del país (y el más corrupto).
No es la primera vez que se generan rumores en torno a la salud de este y otros presidentes del mundo. Por ejemplo: en Cuba, en 2006 Fidel Castro estuvo ausente varias semanas, y en Rusia, en marzo de 2015, el Presidente Vladimir Putin estuvo “desaparecido” durante una semana. En ambos casos se generaron rumores infundados sobre su estado de salud hasta que Putin reapareció en televisión una semana después y en Cuba, ya designado presidente Raúl Castro, se leyó un mensaje de Fidel que explicaba que sería operado de un problema intestinal por “múltiples causas”.
En México algunos presidentes han sido herméticos respecto a su salud, seguramente para no mostrar debilidad: Adolfo Ruiz Cortines ocultó su mal y rehusó ser anestesiado al ser operado del apéndice para mantener “los hilos del poder”; de Adolfo López Mateos la Presidencia nunca informó nada respecto a su enfermedad cerebral; de Díaz Ordaz la Presidencia mantuvo en secreto la historia del padecimiento que lo llevó a ser operado de un ojo; a Peña Nieto se le atribuía un cáncer en los ganglios.
Los presidentes tienen poder político, pero ni ese ni el poder económico evitan que, como todo ser humano, puedan sufrir algún tipo de enfermedad súbita o acentuar alguna situación crónica, especialmente por estar sometidos a las presiones de un encargo tan relevante. El estado de salud de un presidente, más allá del carácter privado de la enfermedad, es un asunto de interés público; la ciudadanía tiene el derecho a ser informada por fuentes confiables y de primera mano.
Dependiendo de su gravedad, una enfermedad puede interferir en la capacidad de tomar decisiones y de gobernar de un presidente; corresponde a él mismo decidir en qué momento y qué tanto considera conveniente informar sobre su estado de salud tomando en cuenta el interés de los ciudadanos y los efectos que determinada información pudiera generar tanto en su gobierno como en la estabilidad política y social. Pero si decide informar con falsedad para no generar inquietud, deberá considerar que llegará el momento en que la enfermedad empiece a manifestar sus efectos en su condición física o mental y afectará su credibilidad y honestidad.
Es cierto que ninguna Ley en México obliga al presidente a informar sobre su estado de salud, pero por conveniencia y en atención a una promesa de transparencia, hasta ahora incumplida de presentar reportes médicos, el presidente debería estar atento a que sus gobernados estén informados de manera oportuna y abierta sobre la evolución de sus enfermedades.
A fin de cuentas, si AMLO no estaba enfermo la noche del grito, sí mostraba enojo. ¿Por qué sería?