Natally Soria Moya
La imagen de la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, siendo apuntada con un arma en la cabeza a menos de 20 centímetros ha dado la vuelta al mundo. El perpetrador gatilló un arma que tenía 5 balas. Afortunadamente ninguna salió.
Intento de magnicidio que se da en medio de un momento muy sensible para el país. Hace pocos días la Fiscalía ha solicitado 12 años de cárcel contra la vicepresidenta acusándola de haber encabezado una asociación para defraudar al Estado cuando era presidenta, mediante la adjudicación de contratos millonarios en obras viales.
Esta acusación ha desencadenado un apoyo popular abrumador en las calles, pero también ha radicalizado la polarización entre los ciudadanos. El odio, el enojo y los insultos de ambos lados ha incentivado la violencia, y la democracia no puede dirimirse con violencia.
El intento de magnicidio debe ser condenado por todos, la democracia también debe tener límites y, sobre todo, la libertad de expresión. Las grandes masacres de la historia fueron la respuesta a campañas de odio y hostigamiento que terminaron motivando a seres débiles de mente y principios a cometer crímenes atroces.
Después de este hecho repudiable, las redes narraban el odio en todas sus formas. Si defendemos la democracia no podemos ser cómplices de quien descalifica, humilla e insulta sin pretensión de verdad. Porque si de algo podemos estar seguros, es que ese delincuente que atentó contra Cristina, es el resultado de la falta de límites.
MT