Una de las grandes incógnitas en las escuelas de Diseño Industrial en México es preguntar si existe algo llamado Diseño Mexicano, y en caso de que así sea, cuestionarnos si tenemos elementos para decir que este se ha consolidado gracias a nuestra vasta tradición artesanal y nuestro amplio bagaje cultural.
Hay indicios que desde el porfiriato hubo una inquietud por ampliar la expresión-artística plástica hacia el mundo de los oficios. Un gran ejemplo fue el maestro Jesús F. Contreras y el trabajo de estilo que puso en el mapa a México como un país orgulloso de su cosmogonía prehispánica en la feria de París en 1889
Previo al nacimiento de las escuelas de Diseño en nuestro país en los años 60, hubo una ola muy importante de extranjeros que encontraron en México una fuente muy rica para detonar la creación de productos a partir de elementos del imaginario local y fabricados por medio de procesos tanto artesanales como semi-industrializados, generando un interés por la innovación y el desarrollo en los sectores públicos y privados. Ejemplos de esto podrían ser Spratling y el nacimiento del oficio platero en Taxco, VanBeuren trayendo a la Bauhaus al mobiliario en las casas mexicanas, Clara Porset y su visión integral del buen diseño en la vida y los objetos cotidianos, y así más ejemplos que ayudaron a consolidar la necesidad de una disciplina aún incipiente en un país en búsqueda del desarrollo.
A muy recientes fechas, el “Diseño Mexicano” ha buscado diferentes rutas para definir su identidad. Entre luchadores, axolotes, Fridas y catrinas seguimos debatiendo si para poder tener denominación de origen requerimos determinar los elementos que lo integran. Para mí, basta con entender, comprender y vivir nuestra mexicanidad y plasmarla en los productos que diseñamos sin importar de dónde seamos y en dónde estemos.
MT