Alejandro Gutiérrez Balboa
Medios europeos han mostrado su preocupación ante un posible embargo de gas el próximo invierno, por parte de Rusia, como represalia ante las sanciones europeas y su apoyo a Ucrania en la invasión del 24 de febrero.
La posible medida de Putin es muy factible, pero no está exenta de peligros para él mismo. Es de sobra sabido que el sueño dorado del dirigente ruso es romper la Unión Europea y para el efecto ha implementado muchas y variadas operaciones en distintos países de la Unión. Una de las más efectivas fue el logro del Brexit a principios de 2020.
Las exportaciones rusas de petróleo representan el 10% de su PIB, en tanto que las del gas significan el 2%. Son cuatro las vías por las que Rusia exporta gas a Europa: los gasoductos que atraviesan Ucrania, los que cruzan Bielorrusia, los que corren vía Turquía y los dos que van por el Mar Báltico hacia Alemania. De estos últimos, sólo funciona uno por las sanciones y éste, con el pretexto de fallas técnicas y mantenimiento, ha visto reducido considerablemente su flujo.
Países como Rumania, Bulgaria y Hungría se presentan como los más vulnerables frente a un embargo. En tanto, la industria alemana consume el 37% del total del gas. Varios países están almacenando reservas para el invierno que se prevé será severo, por las consecuencias del calentamiento global manifestado en estos días del verano.
En caso de que las exportaciones rusas de gas se incrementen a China, Putin muy bien puede contemplar reducir los suministros a Europa, pero esto se le puede revertir. Los yacimientos noruegos y los que comparten Inglaterra, Holanda y Alemania en el Mar del Norte, podrán muy bien, y pronto, eliminar la dependencia europea al gas ruso.
Las guerras energéticas ya no son seguras y esto vale para todo el mundo; los dirigentes deben tener visión y preparar el futuro. Los que están anclados al pasado ya estancaron sus países en el pasado y la dependencia. El caso venezolano es el más dramático, al contar con las mayores reservas petroleras de todo el mundo y no poder extraer ni siquiera lo necesario para sobrevivir. Y nuestro actual presidente no le va a la zaga: pretender una supuesta autosuficiencia es aberrante, mientras se tiene en el total abandono la explotación de la Cuenca de Burgos, que compartimos con nuestros vecinos, quienes sí la hacen producir al máximo.