En estos días tradicionalmente se llevaba a cabo una de las costumbres más arraigadas en la sociedad queretana, que es la Peregrinación de la Diócesis de Querétaro al Tepeyac, en sus tres grandes vertientes: hombres, mujeres y ciclistas, los cuales salen de los más lejano de la sierra queretana hasta llegar a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México. Una tradición que se remonta a finales del siglo XIX y que en pocas ocasiones ha sido suspendida, aunque en los últimos años la pandemia ha obligado a peregrinar de forma virtual o de una forma hibrida -si lo podemos llamar así- en este año.
Por cierto, debemos de recordar que la Legislatura del Estado de Querétaro, solicitó al Gobernador del Estado y este acepto de que la Peregrinación fuera decretada como “Patrimonio Cultural del Estado de Querétaro”, situación que nos habla de cómo ha sido y como es la participación de los fieles y de los queretanos en general en esta expresión tan grande de fe.
Cuando hablamos de la Peregrinación, o como le decimos los queretanos: “la Pere”, es hablar de un tiempo en donde nos encontramos con nuestras raíces religiosas, en donde caminamos, pero no por el hecho de caminar, si no por el hecho de llegar ante un lugar sagrado y postrarnos ante él, es el hecho mismo en este caso de salir de nuestras casas para llegar a la casita sagrada, como ella misma la llamó, de Nuestra Señora de Guadalupe.
La Pere, constituye una expresión única no solo de fe, si no de convivencia entre las personas, en donde encontramos en un solo lugar a personas letradas y personas que tienen pocos conocimientos, a ricos, a pobres, a doctores, a campesinos, a mayores de edad y a niños que constituyen estos últimos la base de la continuidad de la peregrinación.
Los poco más de 15 días son, como dirían algunos, un verdadero retiro espiritual en torno a los temas que los sacerdotes imparten y que es parte esencial de la peregrinación. El pasar por diversos lugares, como por ejemplo las misiones de Fray Junípero Serra, los bosques serranos, el árido semi desierto queretano o las grandes ciudades como San Juan del Río, nos habla de ese caminar que tenemos y que nos obliga incluso a adecuarnos a las situaciones que se presentan.
¿Cuál es el resultado? Uno solo, llegar a contemplar a la bendita imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac, es solamente estar unos segundos frente a ella y dar gracias, llorar, pedir, suplicar, saludar a la Madre de los queretanos. Con esos pequeños instantes, la peregrinación, habrá valido la pena y todos los anhelos se cumplirán.
Este año de nuevo nos uniremos en espíritu a caminar todos los queretanos, la pandemia no nos ha dejado otra opción, pero sabemos que ese espíritu de peregrinos volverá surgir y como hace más de cien años los queretanos llegaremos unidos hasta el Tepeyac a ver a Nuestra Madre del Cielo.
MT