Lucas: 9. 51-62
Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”. Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea.
Mientras iban de camino, alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a dondequiera que vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”. A otro, Jesús le dijo: “Sígueme”. Pero él le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Jesús le replicó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.
Reflexión
Seguimiento decidido y radical
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
Jesucristo se hizo hombre y vino a nosotros para cambiar el mundo Por eso actúa con una inquebrantable firmeza de voluntad. Es un hombre de carácter que sabe lo que quiere y que esta dispuesto a hacerlo sin vacilaciones. Jamás hay en él algo que indique duda o búsqueda de su destino.
Su modo de hablar de su misión y del sentido de su vida es muy preciso y no deja lugar a ambigüedades:
“Yo no he venida a traer lo paz, sino la guerra” (Mt 10, 34).
“No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (9, 13).
“El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir” (20, 28)
“Yo he venido a traer fuego a la tierra” (Lc 12, 49).
No existe, no ha existido en todos los siglos un ser humano tan poseído por su vocación. Ya desde niño era consciente de esta llamada a la que tenía que responder: “¿No saben que tengo que preocuparme de los asuntos de mi padre?”, le responde a su madre cuando sólo tiene 12 años.
Y no faltan obstáculos en su camino. Las 3 tentaciones del desierto y su respuesta, son la victoria de Jesús sobre la posibilidad demoníaca, de apartarse de ese camino para el que ha venido. Más tarde, son sus propios amigos los que intentan alejarle de su misión; por eso llama “Satanás” a Pedro (Mt 16,22). Se expone incluso, a perder a todos sus discípulos cuando estos sienten vértigo ante la predicación de la Eucaristía. Al ver irse a muchos, no retira nada de su mensaje; se limita preguntar a sus discípulos: “¿Uds. también quieren dejarme?”(Jn 6,67)
Si se piensa que la meta de su misión es la muerte, una muerte terrible y conocida ya desde el comienzo de su vida, entonces se entiende la grandeza de ese caminar hacia ella. Jesús es el heroísmo hecho hombre. Y por eso, el mismo Jesús que es comprensivo y suave con los pecadores, es inflexible con los vacilantes. Lo vemos en el Evangelio de hoy. La misma actitud firme y decidida que Él exige de sí mismo, en el fondo, la exige también de sus discípulos y de todos los que quieren seguirle. Él apóstol tiene que compartir la misión y la vida de Jesús con sus sacrificios. Él no puede perder su tiempo en la formación de hombres que no estén dispuestas a entregar todo por el Evangelio.
Pide de los suyos un seguimiento radical, dejando todo lo demás. Para ir con Él no deben llevar “nada para el camino, ni bastón, ni bolsa, ni pan, tal plata, ni dos vestidos” (Lc 9,3). Sus seguidores tienen que estar dispuestos a renunciar a su hogar cómodo, a su nido cálido y agradable. Con Él tienen que entrar en el total desamparo: “Los zorros tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
También deben liberarse de su familia y de los compromisos familiares. Hasta deben romper los lazos familiares, si les hacen vacilar o impiden entregarse decidida y radicalmente a la misión de su maestro. Por eso, para seguirle no sirve ni el que se entretiene en despedirse de sus familiares, ni siquiera el que piensa primero en enterrar a su padre. Porque, “el que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de los cielos”.
El Padre José Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, piensa que lo que quiere decimos Jesús con ello, es lo siguiente: “Desde ahora, el pasado con todos sus pormenores, debe estar muerto para ti. Tú me perteneces exclusivamente, con tu tiempo, tu fuerza, tus intereses, a mí y al Reino de Dios” (Sponsa, 54).
MT