Lucas: 9,18-24
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”.
Él les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Respondió Pedro: “El Mesías de Dios”. Él les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie. Después les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.
Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: “Si alguno quiere, acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”.
Reflexión
Cristo vive entre nosotros
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
¿Estaba Cristo, como tantos gobernantes y políticos, estrellas de cine y de fútbol, preocupado por su popularidad? No, todo lo contrario. El Evangelio nos muestra a Jesús esquivando la admiración de quienes lo aclaman y quieren hacerlo rey.
Pero si le preocupaba el éxito de su misión: ¿comprenden los hombres a qué ha venido? ¿Entienden que no quiere ser un liberador político, sino liberarlos de las ataduras del pecado y del poder del demonio?
Por eso, la pregunta de Jesús sigue en pie. Resuena desde hace veintiún siglos en el corazón de cada hombre. Nadie puede soslayarla. Y la dirige hoy también a cada uno de nosotros: “Para ti ¿quién soy yo?” Y entonces espera nuestra respuesta.
Nosotros creemos en Él y ponemos nuestra confianza en Él. Porque es Él quien nos ha revelado el rostro amoroso del Padre. Y es Él quien ha venido a librarnos personal y colectivamente, quien murió y resucitó para que nos convirtamos en hombres nuevos en un mundo nuevo.
Sin embargo, aquí hemos de distinguir dos niveles de fe en Jesucristo: están los que creen en Jesús, Hijo de Dios, como hombre del pasado, y los otros que creen en Jesús, Hijo de Dios, pero como hombre del presente.
Si yo preguntara a un grupo de cristianos: ¿dónde está Jesucristo resucitado?, algunos me dirían: ¡está en el cielo! Otros me dirían: ¡Cristo está entre nosotros! En realidad, el Señor sigue viviendo en medio de nosotros: claro que ya no con una presencia física como cuando andaba por Palestina hace más de 2000 años; pero sí con una presencia real.
El mismo nos lo dijo: “Yo estaré siempre con Uds. todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Y también: “Cuando 2 o 3 se reúnen en mi nombre, yo estaré en medio de ellos” (Mt 18,20). Y al hablar del juicio final dijo: “Cuando lo hicieron con uno de estos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 15.40).
Por aquí pasa entonces la línea divisoria entre los cristianos que creen en un Cristo, hombre – del pasado, que ha dejado la tierra y ha subido al cielo – y los que creen en Cristo, hombre del presente, resucitado, pero viviendo hoy entre nosotros.
Los primeros insistirán en la presencia de Dios que está en el cielo y que está en el pasado. Las celebraciones religiosas son, para ellos, más bien manifestaciones del recuerdo: recuerdo de los acontecimientos históricos en la vida de Jesús.
Los segundos adoraran también al Padre que está en los cielos. Pero mirarán con la misma fe a la tierra para descubrir en ella a Jesucristo, el que está viviendo hoy en medio de ellos. Y se unirán con Él para trabajar con Él por el reino del Padre en medio de este mundo. Celebrarán, no sólo el recuerdo de Cristo, sino también su misterio que se desarrolla hoy en la historia del mundo, haciéndolo presente en el seno de la Iglesia.
Admitir que haya venido Dios entre los hombres, ya no es cosa fácil. Tal vez, a los ojos de muchos no resulte conveniente que Él siendo Dios haya tornado la condición de siervo y se haya humillado tanto. Será por eso que no pocas almas buenas se encargan de colocarlo de nuevo en su sitio: en el cielo.
MT