Alejandro Gutiérrez Balboa
En la reciente reunión del Foro Económico Mundial de Davós, el ex secretario de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, Henry Kissinger, habló de la conveniencia de que Ucrania constituya un puente entre Rusia y Europa, para que la primera no se vea aislada completamente; que de ninguna manera Ucrania se una a la OTAN, y que para alcanzar la paz con su invasor, Rusia, los ucranianos deberán ceder terreno.
Durante el cenit de su muy larga carrera política (recién cumplió 99 años) a Kissinger se le ha ligado a la doctrina de política exterior denominada realismo, la realpolitik.
Pero el personaje tiene una muy larga cauda de hechos que de ninguna manera han beneficiado al mundo libre ni a los propios Estados Unidos. Artífice de la paz con Vietnam, que abandonó al comunismo, Kissinger fue el arquitecto de que hoy China sea la segunda potencia económica y militar del mundo. De ser un país cuasi medieval, bajo la sangrienta Revolución Cultural de Mao Sedong que dejó millones de víctimas mortales, el acercamiento que “el doctor K” dirigió, logró llevar a China las inversiones que le permitieron el milagro en sólo 50 años.
También fue el arquitecto de las políticas de control y reducción de la natalidad en el mundo, bajo ópticas malthusianas que demostraron ser falsas. Además, diseñó la política de detente con la ex Unión Soviética que le permitió posponer el colapso interno que finalmente se produciría en 1991, y colaboró en la fundación e influencia de la famosa Comisión Trilateral que mantendría el liderazgo norteamericano en el proceso de globalización económica impulsada desde los años 70s.
Mientras Ucrania lucha por su vida, sorprendentemente resistiendo contra toda lógica y urgida de mayor armamento, los geoestrategas occidentales no alcanzan a ponerse de acuerdo en los mínimos y máximos convenientes para establecer un acuerdo de paz con el invasor ruso.
Algunos temen que si proporcionan las armas que demanda Ucrania, la guerra se puede llevar a territorio ruso o hasta la recuperación de Crimea. Lo cierto es que sea cual sea el resultado, Rusia va a pagar un altísimo precio por su agresión y, lejos de lo que propone el irrealista Kissinger, se trata de que el precio sea tan alto que los rusos la piensen dos veces antes de volver a agredir a cualquiera de sus vecinos.