Mario Maraboto
En varias ocasiones a lo largo de lo que va de su sexenio y mostrando en su rostro la ira, el actual Presidente de la República ha expresado, refiriéndose a sus detractores: “Que se vayan al carajo”, frase que recientemente volvió a emplear en una misma semana en contra de quienes cuestionan la contratación de médicos cubanos y de los trabajadores de Pemex que solicitaban plazas.
El presidente ha mandado a ese lugar al consumismo, a los trabajadores que piden plaza, a funcionarios que le propongan transas, a la delincuencia, a quienes lo compararon con Donald Trump, a las reformas estructurales del anterior sexenio y a muchos más.
En algún momento seguramente todos hemos empleado esa expresión (o nos han invitado a ir a ese lugar). Para muchos mandar a alguien al citado lugar puede resultar una forma sutil de enviarlo al rancho que tiene AMLO en Palenque y del que Octavio Paz hizo una completa descripción. Obviamente nadie acude a la airada “invitación”, seguramente porque se entiende que se trata de una metáfora empleada por alguien que está furioso al extremo.
Pero, en efecto, además de ser una metáfora empleada en contra de alguien cuando tenemos algún disgusto, El Carajo, es un lugar muy lejano de nuestro país: se trata de una pequeña isla en el Océano Índico, a 18,000 kilómetros de distancia, que forma parte del banco denominado Cargados Carajos (también conocidos como las Rocas de San Brandón) constituido por 16 islas e islotes al noreste de Mauricio a más de 300 km al extremo sur; las islas son clasificadas como una dependencia de Mauricio y son administrados desde Port Louis. El Carajo tiene un área total de tierra de 1.3 kilómetros cuadrados en donde no creo que cupiera toda la gente a la que se corre la “invitación” a ir para allá.
La etimología de esta palabra no es clara. Al parecer apareció por primera vez en el Cancionero de Baena, un documento con obras de numerosos poetas de fines del siglo XIV y principios del XV, recopilado por el también poeta Juan Alfonso de Baena, con poemas de carácter satírico y erótico, mordaces y descarados por ofensivos. Por su parte, el Premio Nobel Camilo José Cela, en su “diccionario Secreto” hace un análisis de determinados términos y palabras malsonantes y descubre los entresijos que adornan a ésta, una de las palabras más frecuentemente utilizadas en nuestra lengua a la que dedica 60 páginas. Algo similar a lo que realizó el Nobel Paz con el término que da nombre al rancho de AMLO.
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua da varias definiciones de la palabra, todas ellas catalogadas como malsonantes: miembro viril; fuerte rechazo de algo o de alguien (vete al…); muy grande o muy intenso (un frío del …); despreciable, enfadoso o molesto (un imbécil del…); rechazo con insolencia o desdén (mandar a alguien al…); estropearse o tener mal fin (irse al…) y negación o rechazo (me importa un…).
Luego de esas expresiones del presidente, que encuadran dentro de varias de las definiciones de la RAE, y quizá, queriendo demostrar que no estaba expresando alguna palabra altisonante, refirió que “A los marineros cuando se portaban mal en los viajes se les mandaba a una especie de canastilla en lo alto, eso se conocía como el carajo… lo que dije ayer fue el que no tiene principios, ideales, el que es un ambicioso vulgar no debe de dedicarse al noble oficio de la política, se debe de ir al carajo”
Pero la explicación del presidente se quedó corta. Conforme al portal “enseñanzas Náuticas” (https://nauticajonkepa.wordpress.com/) el carajo, dada su ubicación en lo alto del mástil, era un lugar inestable en donde se manifestaban con mayor intensidad los movimientos del barco. Cuando un marinero cometía una falta, o se le ataba al palo mayor o se lo mandaba al carajo en señal de castigo de manera que, cuando el marinero bajaba del castigo, estaba tan mareado que no servía para nada. De ahí que cuando se quiere quitar de la vista a alguien se le envía a ese lugar y cuando alguien es incapaz de hacer algún trabajo se le dice que vale un c…jo.
La famosa canastilla propia de las carabelas de los siglos pasados ya no existe; la expresión del presidente, por otro lado no propia para un Jefe de Estado y mucho menos pronunciada públicamente, queda en carácter metafórico y, en dado caso si enviar a alguien a ese puesto era por incumplimiento de sus funciones, en este gobierno hay muchos candidatos que, como dice el mismo presidente, no tienen principios, ideales y que son vulgares ambiciosos.