Juan: 13, 31-33. 34-35
Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.
REFLEXIÓN
María, la llena de amor
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
Dentro del discurso de despedida, en el Evangelio de hoy Jesús les da a sus discípulos el mandamiento nuevo: amarse mutuamente como Él les ha amado. Es como su testamento. Resume en pocas palabras todo lo que les ha dicho a lo largo de tres años. La ley judía tenía más de 600 mandamientos. Jesús les impone a los suyos un sólo mandamiento: el amor.
Se trata de un amor nuevo, porque se fundamenta en otro motivo y se regula por otra medida que el del Antiguo Testamento. El amor judío se basaba en la esperanza de la recompensa, en la igualdad de la sangre, en la necesidad de la convivencia. El amor cristiano se fundamenta simplemente en que Jesús nos ha amado y no tiene otra medida que el modo en que Jesús nos ha amado: es decir, será sin medida.
Este amor no puede brotar sólo del hombre. Un hombre no es capaz de amar así. Un amor tan intenso y de tal calidad sólo puede venir de lo alto. Es un amor que nos ha sido dado. Es Dios entrando en el hombre, amando en el hombre. Es un amor que sin Jesús no sería posible y ni siquiera conocido.
Y ese amor verdadero es el distintivo, el único distintivo de los cristianos: “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros “, nos dice Jesús en el Evangelio de hoy. El primer título que el Evangelio le asigna a María es el de “llena de gracia”. Haber hallado gracia ante Dios, significa haber sido “agraciado” por sus dones: por esos dones que Él reparte por pura bondad suya.
Y estos dones son en el fondo uno sólo: su amor. “Llena de gracia” quiere decir, entonces “llena de amor”.
Por su actitud, María nos enseña que el amor impulsa a ser solidarios y a compartir. Ella comparte su vida y sus bienes con José. Comparte con Jesús su misión. Con Isabel, sus quehaceres domésticos. Con los novios de Cana, su preocupación. Su amor se ha ido convirtiendo en comunión de vida y de bienes, en comunión de destinos y tareas, en comunión en la alegría y en la aflicción.
Queridos hermanos, pidámosle por eso a la Sma. Virgen que nos ayude a liberarnos de todo lo que – en el corazón de cada uno – se opone al amor. Que nos dé fuerzas para vencer en nosotros mismos el pecado y el egoísmo, que nos separan de los demás y destruyen la unidad. Que María abra nuestros corazones al amor, a la comunión con Dios y con los hermanos, tal como Jesús lo enseñó y vivió.
MT