Mario Maraboto
“Nada más vamos a terminar la obra de transformación, eso sí, porque en estos dos años y medio que nos quedan, a fondo, para dejar bien sentadas las bases, ya hemos hecho bastante pero todavía vamos a hacer más.”
Esta frase fue expresa por el actual presidente de México durante un video que subió a las redes sociales el pasado domingo, luego de que terminó el show de la “revocación” que, como era previsible, terminó en “ratificación” (Decía un finado amigo que si a los santos los santifican, a las ratas la ratifican).
Así pues, seguirá adelante esa famosa cuarta transformación, aunque a muchos no quede claro ni en qué consiste ni en qué ha avanzado. Después de la Independencia, y la Revolución, AMLO quiere que su presidencia pase a la historia como otra transformación. Treinta millones de electores confiaron en que el cambio profundo sería benéfico para México; muchos de ellos han manifestado públicamente su decepción. ¿Qué es esa cuarta transformación?
En un discurso pronunciado al término de su campaña, López esbozó el significado de la Cuarta Transformación. Llamó a una nación en la que nada esté fuera de la ley y nadie esté por encima de la ley. Dijo que se reformarían los servicios de seguridad para que nadie sea espiado y que existiría el derecho a la disidencia. Mencionó prisión por fraude electoral; pidió el fin de la corrupción y dijo que la ley debería aplicarse no solo a los funcionarios del gobierno sino también a sus familias.
También dijo que reformaría la Constitución para que incluso el presidente pudiera ser procesado por corrupción (lo cual ya está, pero nadie lo ha demandado); insistió en que se deben recortar o eliminar lujos y altos salarios de los funcionarios públicos. También pidió una mayor atención a las necesidades de las comunidades rurales, mejoras en el sector energético, pensiones para los adultos mayores mexicanos, y medicina gratuita para todos.
No obstante, ese esbozo de definición no dejó claro en qué realmente quiere transformar al país; un amplio sector de la población lo ha ido descubriendo al paso del tiempo y, tristemente, no corresponde a ese esbozo de transformación. No es verdad que nadie esté por encima de la Ley (“Y no me vengan con la Ley es la Ley”), sigue habiendo espionaje, no sólo de civiles y periodistas (como Loret de Mola) sino entre los propios integrantes del gabinete (cosa de preguntar al Fiscal General de la República); quien disiente es juzgado en el show de stand up mañanero; la Ley no se aplica a la familia del presidente (ni hermanos, ni hijos, ni primas); los autos de lujo (especialmente las camionetotas en lugar de los jetas o los tsurus) siguen privando en el gobierno; la medicina (cuando hay) no es gratuita y es más costosa, y a la atención a las comunidades rurales les está pasando un tren maya por encima.
En suma: la corrupción no sólo no se ha reducido, la pobreza ha crecido a niveles no vistos en los últimos 30 años, la economía no va a crecer porque no hay confianza en gobierno, la inversión extranjera empieza a huir y la violencia y la delincuencia está en los niveles más altos de nuestra historia.
Según el diccionario, transformar es “Hacer que algo cambie o sea distinto, pero sin alterar totalmente todas sus características esenciales”. Lo que estamos viviendo no es una transformación, sino una destrucción.