Daniel Lizárraga
El resultado de la votación por revocación de mandato presidencial en México programada para el domingo venidero resulta predecible y, sobre todo, dejará a cada cual en el mismo sitio; con las mismas ideas, ningún cambio y escasas reflexiones.
No se necesitan poderes mágicos o celestiales para saber que los fieles seguidores de la 4T levantarán el puño izquierdo como señal de victoria. No importa si consiguieron o no los votos suficientes para que el ejercicio sea legal o vinculatorio. Ellos y ellas dirán que los millones de boletas cruzadas a favor de López Obrador se consiguieron a pesar del Instituto Nacional Electoral (INE), de los conservadores, de los medios de comunicación, de los empresarios neoliberales y la clase media aspiracionista. Desde su esquina festejarán, lanzarán loas a su movimiento esperando la siguiente oportunidad para imponerse o denostar al de enfrente, lo que se necesite primero.
En el otro extremo del cuadrilátero estarán otros rumiando su derrota, criticando hasta por el aire que respiran a la 4T y a López Obrador. En las redes sociales y en algunos medios de comunicación darán rienda suelta a su cólera. Los votos que consiga el movimiento obradorista –desde su perspectiva– serán un fracaso, una muestra de que Morena viene a pique, y además fueron obtenidos a través de violaciones a la ley, probadas o no. El tema es golpear por el mismo flanco: insistir en el derroche y que no había necesidad de este ejercicio. Luego, al igual que sus adversarios, volverán a su esquina en espera del siguiente enfrentamiento.
Esto no es un lamento. Tampoco una columna de autocomiseración. El ejercicio plasmado ahora en la Constitución ha sido un gran logro. Cuando exista una causa justificada para decidir el futuro del jefe del Poder Ejecutivo, en los años venideros, los ciudadanos(nas) aquilataremos mejor el peso de este mecanismo para frenar a un grupo en el poder.
Por ahora, habrá que mirar desde la grada el espectáculo que montarán los seguidores y los detractores de la 4T. Así pasará a la historia este momento. Ambos cantarán victoria. La egolatría y la soberbia desde sus propios círculos de apoyo será el alimento. No escucharán más que el eco de sus propias voces. El reconocimiento de los errores no es lo suyo. La política en tiempos de polarización es una guerra entre quienes se consideran enemigos. No hay puentes de entedimiento, porque tampoco les importa. Ellos y ellas –cada uno en su esquina– tienen la verdad absoluta.