La voz del vicario de Cristo
Muchas veces decimos, en el Credo, “creo en la comunión de los santos”. Pero si se pregunta qué es la comunión de los santos, yo recuerdo que de niño respondía enseguida: “Ah, los santos hacen la comunión”. Es una cosa que… no entendemos qué decimos. ¿Qué es la comunión de los santos? No es que los Santos hagan la comunión, no es esto: es otra cosa.
¿Qué es la “comunión de los santos”? El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «La comunión de los santos es precisamente la Iglesia» (n. 946). ¡Pero mira qué bonita definición! “La comunión de los santos es precisamente la Iglesia”. ¿Qué significa esto? ¿Qué la Iglesia está reservada a los perfectos? No. Significa que es la comunidad de los pecadores salvados. La Iglesia es la comunidad de los pecadores salvados. Es bonita esta definición. Nadie puede excluirse de la Iglesia, todos somos pecadores salvados. Nuestra santidad es el fruto del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo, el cual nos santifica amándonos en nuestra miseria y salvándonos de ella. Siempre gracias a Él nosotros formamos un solo cuerpo, dice san Pablo, en el que Jesús es la cabeza y nosotros los miembros (cf. 1 Cor 12,12). Esta imagen del cuerpo de Cristo y la imagen del cuerpo nos hace entender enseguida qué significa estar unidos los unos a los otros en comunión: «Si sufre un miembro —escribe San Pablo— todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte de su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte» (1 Cor 12,26-27). Esto dice Pablo: todos somos un cuerpo, todos unidos por la fe, por el bautismo, todos en comunión: unidos en comunión con Jesucristo. Y esta es la comunión de los santos.
Queridos hermanos y queridas hermanas, la alegría y el dolor que tocan mi vida concierne a todos, así como la alegría y el dolor que tocan la vida del hermano y de la hermana junto a nosotros me concierne a mí. Yo no puedo ser indiferente a los otros, porque todos somos parte de un cuerpo, en comunión. En este sentido, también el pecado de una única persona concierne siempre a todos, y el amor de cada persona concierne a todos. En virtud de la comunión de los santos, de esta unión, cada miembro de la Iglesia está unido a mí de forma profunda —pero no digo a mí porque soy el Papa— estamos unidos recíprocamente y de forma profunda, y esta unión es tan fuerte que no puede romperse ni siquiera por la muerte. De hecho, la comunión de los santos no concierne solo a los hermanos y las hermanas que están junto a mí en este momento histórico, sino que concierne también a los que han concluido su peregrinación terrena y han cruzado el umbral de la muerte. También ellos están en comunión con nosotros. Pensemos, queridos hermanos y hermanas: en Cristo nadie puede nunca separarnos verdaderamente de aquellos que amamos porque la unión es una unión existencial, una unión fuerte que está en nuestra misma naturaleza; cambia solo la forma de estar junto a cada uno de ellos, pero nada ni nadie puede romper esta unión. “Padre, pensemos en aquellos que han renegado de la fe, que son apóstatas, que son los perseguidores de la Iglesia, que han renegado su bautismo: ¿también estos están en casa?”. Sí, también estos, también los blasfemos, todos. Somos hermanos: esta es la comunión de los santos. La comunión de los santos mantiene unida la comunidad de los creyentes en la tierra y en el Cielo.
En la historia de la Iglesia hay constantes que acompañan a la comunidad creyente: ante todo el gran afecto y el vínculo fortísimo que la Iglesia siempre ha sentido en relación con María, Madre de Dios y Madre nuestra. Pero también el especial honor y afecto que ha rendido a san José. En el fondo, Dios le confía a él lo más valioso que tiene: su Hijo Jesús y la Virgen María. Es siempre gracias a la comunión de los santos que sentimos cerca de nosotros a los santos y a las santas que son nuestros patronos, por el nombre que tenemos, por ejemplo, por la Iglesia a la que pertenecemos, por el lugar donde vivimos, etc., también por una devoción personal. Y esta es la confianza que debe animarnos siempre al dirigirnos a ellos en los momentos decisivos de nuestra vida.
MT