Raúl D. Lorea
@ArqLorea
Como comenté en este espacio la semana pasada: después de una crisis, surge la creatividad para resolver los problemas que ésta deja.
El Gobierno Francés encargó al arquitecto suizo Le Corbusier un proyecto de vivienda social que permitiera dar un techo a 1,600 personas desplazadas de los barrios tras los bombardeos en Marsella durante la Segunda Guerra Mundial.
Así, en 1952 se termina de construir la Unidad Habitacional de Marsella (Unité d’ Habitation), un proyecto que marcó un parteaguas en la vivienda colectiva del mundo al tener un diseño racional pero con estética brutalista (materiales en bruto) y pensado en uso mixto, es decir, vivienda, comercio y servicios.
Se trata de un edificio modulado, de vivienda que contaba con dos niveles de comercio, hotel oficinas, tiendas, lavandería y espacio abierto de convivencia y recreación en la azotea. Fue identificado como “ciudad jardín vertical” por su autor.
Le Corbusier decía que “la vivienda debe ser el estuche de la vida, la máquina de la felicidad”, y en ello se basó planeando que cada espacio, mueble o máquina debía ser una extensión de las personas.
El proyecto influyó en la arquitectura, urbanismo, ingeniería, construcción y así dejó una huella en la sociedad moderna.
Tal vez a usted no le suene nada innovador el dejar los materiales sin acabados, el colocar “amenidades” en un proyecto condominal o el agrupar viviendas en un edificio, pero estamos hablando de los años 50, periodo de posguerra, donde no existían esos proyectos y ahí, mi respetable lector(a), se dio un valioso paso para la arquitectura que hoy conocemos, gracias a Le Corbusier.