Todo este movimiento permitió crear nuevas formas que dejaron de ser tan ricas en materiales, colores, texturas y pasaron más bien a la sobriedad
Raúl Lorea
Siempre que hay una crisis sale a flote la creatividad de las personas en todos los rubros y disciplinas. La arquitectura no es la excepción.
Tras la crisis económica que se detonó después de la Primera Guerra Mundial, surgió un movimiento arquitectónico que proponía nuevas formas y nuevas soluciones para la vida humana: la arquitectura racional.
Como su nombre lo indica, esta corriente arquitectónica se regía más por la razón que por el arte o la estética. Se convirtió en una corriente ideológica que, más que un estilo de formas o de arte, tenía un estilo de diseño sobrio caracterizado por planta libre (con pocos muros) y comunicación del interior con el exterior, a través de ventanas amplias.
Con esto, surgieron grandes leyendas de la arquitectura y el arte, como Frank Lloyd Wright (de quien ya hablamos en este espacio), Oscar Niemeyer, Walter Gropius, Richard Neutra, Mies Van Der Rohe y el destacado Le Corbusier (Charles-Édouard Jeanneret-Gris).
Todo este movimiento permitió crear nuevas formas que dejaron de ser tan ricas en materiales, colores, texturas y pasaron más bien a la sobriedad, edificios cuadrados, rectangulares, circulares, formas más bien simples que volvían más veloz su construcción al trabajar con dimensiones estandarizadas por los materiales prefabricados.
Comparo lo anterior con el contexto pandémico en que estamos hoy en día: ¿surgirán nuevas formas de diseñar el espacio habitable y el espacio público? ¿Cambiarán los sistemas constructivos? ¿Qué despachos o destacados personajes podrán liderar esta nueva corriente arquitectónica?